Al Celta no le gusta el caos

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

LOF

El descontrol del partido acabó pasando factura a la afortunada apuesta de Berizzo en la medular

31 oct 2016 . Actualizado a las 17:41 h.

Al Celta le gustan los partidos rotos, pero no el caos. Por eso mientras las pizarras gobernaron, el equipo de Eduardo Berizzo se sintió cómodo, pero cuando el descontrol asomó al estadio insular, a los vigueses les temblaron los cimientos. El frenesí y la garra de los hombres de Setién inyectó en los célticos el temor a rememorar el 3-3 del curso pasado, tal y como ocurrió. La expulsión de Sergi Gómez, con penalti incluido, fue el mazazo que voló la seguridad viguesa. Y sin confianza, no hay victoria. Ya lo recetaba Berizzo desde la banda hace unas jornadas a grito de «¡Confía, confía!».

Durante los días previos al partido habían corrido ríos de tinta sobre la posesión y el protagonismo. Vista la identidad de los dos equipos, la teoría decía que el que tuviese el balón tendría la victoria, pero Eduardo Berizzo sabía que no todo era control. La clave no era el porcentaje, era el centro del campo, la zona desde la que bombea todo el fútbol de los de Setién. Si el Celta quería anular a los canarios no tenía que tener la pelota, sino que tenía que maniatar a Roque Mesa, Viera y Vicente Gómez. Así que el Toto encomendó a sus chicos que extremaran la precaución en las marcas, y el resultado fueron tres goles en veinte minutos y un Las Palmas entregado y con pocos signos vitales.

La posesión de los insulares era aplastante, rozaba el 70 % en los primeros veinte minutos, pero al Celta le importaba más bien poco. Cuando el balón transmitía peligro era cuando caía en los pies vigueses, que han convertido la velocidad en su mejor virtud. El fútbol de posesión ha dejado paso a un juego de resolución a la carrera.

Ganar las disputas, anticiparse, robar y encontrar espacios para salir eran las consignas de los hombres del centro del campo vigués y cumplieron con ello. El problema fue que todo se torció cuando el Las Palmas se desató y el Celta se vio con la mitad de su equipo arrastrando tarjetas. El gol de cabeza de Bigas sentó mal a los celestes, que en vez de recordar que todavía tenían margen, se dejaron llevar por el frenesí. Y de ese caos partió la segunda amarilla a Sergi Gómez y de ahí nacieron más dudas.

De repente, las pizarras pasaron a un segundo término y el partido, con el 3-3, entró en una fase gobernada por el instinto y el físico. Y aunque de lo primero van sobrados los célticos, de lo segundo ya marchaban más apurados. Pero incluso en esos momentos fueron los hombres de la medular los auténticos protagonistas del Celta. Marcelo Díaz, al que le costaron los primeros minutos, tomó la batuta, el Tucu Hernández intentó descolgarse, aunque con menos alegría que en el primer tiempo, y Radoja contemporizó.

En un equipo como el Celta, en el que todo parece pasar por la chispa y la calidad de sus atacantes, sobre dodo de un Aspas a nivel de selección, el centro del campo no deja de reivindicarse. Y de reinventarse. Aunque a veces no sea de una manera tan exitosa como se desea. Pero en el trabajo de Wass, Radoja, Hernández o Marcelo, ruidoso o silencioso, descansa todo.

Un arbitraje sibilino que desquició a los célticos

Melero Fernández se convirtió en protagonista, voluntario o involuntario, del partido en Las Palmas. Sus decisiones, la mayoría sibilinas, acabaron costando caro a un Celta que regresó cosido a tarjetas, que tuvo que jugar media hora con un hombre menos por la expulsión de Sergi Gómez y que encajó el tanto clave del rival desde el punto de penalti.

Pero incluso más allá de las decisiones de bulto, fueron las pequeñas medidas las que atormentaron a la tropa de Berizzo. Desde el primer momento las faltas de los celestes eran castigadas con mayor severidad que las de los futbolistas de Quique Setién. De hecho, a los 11 minutos Hugo Mallo ya veía la primera amarilla, y el equipo se marchó al descanso con cuatro cartulinas en su cuenta.

Fue en la segunda mitad cuando llegaron las decisiones más gruesas con el penalti pitado a Sergi Gómez y su segunda tarjeta amarilla, una decisión bastante severa y que incluso en las filas celestes se dudaba que hubiese tenido lugar dentro de los límites del área.

Frente a las siete cartulinas que vieron los hombres del Toto, el Las Palmas solo fue castigado por dos acciones. Melero Fernández ignoró la falta sobre Orellana en el primer tiempo que acabó con el chileno encaminándose al banquillo; hizo oídos sordos cuando el Celta reclamaba que se detuviese el partido por estar tirado sobre el césped el Tucu Hernández, e incluso el primer fuera de juego de Aspas arrojaba dudas. Decisiones discretas, pero con influencia.