Cuerpo y mente en La Rosaleda

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

Aspas y Lago respondieron sobre el campo tras una semana convulsa

20 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La capacidad de abstracción es un don. Y la de Iago Aspas y Roberto Lago se puso a prueba ayer en La Rosaleda. Los dos futbolistas celestes protagonizaron la agitada semana del Celta. El delantero de Moaña estuvo día sí, día también en la palestra en medio de un revuelo de pretendientes interesados en hacerse con sus servicios, mientras que a Roberto Lago era el propio Paco Herrera el que lo colocaba bajo los focos al exponer dudas sobre su rendimiento. Para ambos la visita al campo del Málaga era una especie de reválida en la debían demostrar que cuerpo y mente van a una. Y con el Celta. Y lo cierto es que, sin el brillo de otros compromisos, pero salieron airosos.

Los primeros minutos del partido fueron estresantes para el conjunto vigués. El Málaga salió fuerte y la banda de Roberto Lago se prestó para meter en apuros a Javi Varas. El defensor de O Calvario no supo cortar las embestidas de los pupilos de Pellegrini, que a los cinco minutos de juego ya se habían sacado de la chistera dos centros con un Sergio Sánchez y un Joaquín que querían apoderarse de la banda. El defensa del Celta tardó en meterse en el partido, y lo cierto es que en la primera parte generó alguna duda.

En la segunda mitad, sin embargo, dejó ver a un Lago mucho más enchufado. Más cortante y resolutivo en defensa, y apareciendo tímidamente en ataque. Recuperó por momentos el alma de carrilero que había explotado junto a Hugo Mallo en la recta final del pasado año, y puso sobre todo un centro medido al que Iago Aspas no llegó.

En el segundo período el defensor mantuvo más a raya a Joaquín y salvó más de un balón que podría haber condenado al Celta.

Y si las miradas en defensa se posaban en Lago, el ataque celeste, como ya es habitual, llevaba el nombre de siempre. Iago Aspas. El delantero de Moaña vivió un camino diferente al de su compañero de faenas a lo largo del partido. Fue de más a menos, pero sobre todo demostró que en el césped se olvida de todo.

El atacante se plantó en La Rosaleda como si la presión no fuese con él. Ignoró el vendaval que lo azotó durante los últimos días, y se limitó a lo suyo: jugar al fútbol. Desde el minuto uno dejó ver su descaro y su implicación con el equipo. Bien fuese poniendo un centro medido para Augusto o sorprendiendo a la hora de buscar huecos para generar ocasiones. Aspas fue el de siempre. Aunque a lo largo del choque su protagonismo fue languideciendo, y por momentos exhibió su vena más individualista.

No estuvo tampoco afortunado con los arbitrajes, ya que le invalidaron una acción por un fuera de juego mal pitado, y no sancionaron a un rival que le propinó un golpe. Le aceleraron el ánimo. Una muestra más de que fue el Iago de siempre.