El Concello ha respuesto los servicios en la parroquia más castigada por el fuego

Alejandro Martínez

Chandebrito no ha recuperado la normalidad un mes después de los incendios. Los vecinos todavía viven traumatizados por el fuego que devoró toda su superficie forestal y, sobre todo, la pérdida de dos vecinas muy queridas, Angelina Otero y Maximina Iglesias. Ambas murieron abrasadas dentro de una furgoneta cuando intentaban escapar de la parroquia la tarde de aquel domingo que había comenzado con una de sus habituales reuniones para jugar a las cartas. Los vecinos les dieron sepultura en el cementerio parroquial días después. Los comuneros son muy críticos con la actuación de los agentes de la Policía Nacional que acudieron a la parroquia sin conocer debidamente el terreno que pisaban.

El resquemor que sentían al día siguiente continúa persistiendo. «Los metieron en la boca del lobo», indica el presidente de la comunidad de montes, Víctor Manuel Vidal en una polémica carta en la que acusa directamente a los agentes de la muerte de sus vecinos. Opina que los guardias no debían de haber dirigido a decenas de vecinos por la carretera de la muerte en la que acabó convirtiéndose la salida en dirección a Camos. Los sindicatos policiales no descargan una denuncia contra este representante en defensa de la labor de los policías que intervinieron en Chandebrito, cuya labor ha sido reconocida institucionalmente. Familiares de las víctimas también se plantean ir al juzgado y emprender una batalla legal.

M.MORALEJO

Los comuneros son muy críticos con la actuación de los agentes de la Policía Nacional que acudieron a la parroquia sin conocer debidamente el terreno El fuego dejó la parroquia sin luz ni agua potable pero el suministro ya está normalizado. Así lo indica el alcalde, Juan González, para quien la devolución de los servicios básicos a los vecinos se convirtió en una prioridad después del desastre. Pero los daños materiales que se produjeron en propiedades privadas todavía están pendientes de reparación. Los afectados empiezan a valorar las pérdidas que les produjo el avance de las llamas en la parroquia. El fuego arrasó algunos vehículos y galpones que escaparon del control de los residentes, que se centraron en proteger las viviendas con mangueras y todo lo que encontraron a su alcance. A Mercedes Rodríguez, septuagenaria, todavía le saltan las lágrimas cuando recuerda aquella tarde. El fuego destrozó una edificación anexa a su casa en la que tenía una churrasquera, una pequeña cuadra donde perecieron ocho gallos y conejos y un almacén con utensilios del campo y toda la leña que tenía guardada para el invierno. «Avanzó, avanzó tanto que era una cosa que no sabías donde meterte. Temimos la muerte instantánea», asegura. «No sé cómo me van a arreglar esto. Hay que tirar con todo. Tenemos tres meses para reclamar esto. Una abogada ya está en ello», añade.

El incendio que asoló la parroquia ha dado paso a otra gran inquietud vecinal. El fuego dejó sin vegetación el pedregoso Monte do Castro. Las enormes rocas que se sitúan en la cima han quedado desnudas sobre una quincena de casas. Se teme por los daños que puede provocar un desprendimiento. El alcalde considera que la Xunta debería determinar si realmente existe un peligro real de que las piedras puedan llegar a caerse y establecer un plan para prevenir cualquier incidente para devolver la tranquilidad a la parroquia.

Las dos viviendas que quedaron destruidas siguen deshabitadas

Noemí Fialho fue una de las vecinas más afectadas. Perdió su casa de ladrillos ubicada en el barrio de Pracíns. Aquel domingo había ido a Gondomar a celebrar el cumpleaños de un amigo. Al regresar, vio su casa rodeada por las llamas. Su madre pudo salir a tiempo. Perdieron todo lo que había dentro. Muebles, electrodomésticos, ropa y otros enseres quedaron completamente calcinados. Los daños podían haber sido peores porque dentro de la vivienda había mucho material combustible que milagrosamente se salvó. En el bajo estaban almacenadas las bombonas del calentador y la leña. «Por ahí hubo suerte porque el fuego solo llegó hasta la orilla de la casa», afirma Helder Manuel Fialho, padre de Noemí.

Ella no ha querido volver a entrar porque hacerlo le produce una enorme tristeza. No obstante, acude regularmente para darle de comer a su gato, que no se lo ha podido llevar. Gracias a las gestiones de los vecinos, el estudio de arquitectura de Nigrán Aintegra se ha prestado a elaborar un informe sobre los daños de la vivienda de forma gratuita. Arquitectos de la empresa realizaron mediciones hace unos días en la casa. Su trabajo permitirá tener unas directrices para poder rehacer su vida.

Ayudas

El Ayuntamiento busca fórmulas para poder ayudar a madre e hija, que desde los incendios viven en el bajo que les ha cedido una familia en el alto de Mallón.

«Hay varias posibilidades pero muchas ya están descartadas porque piden muchos requisitos, pero sigue habiendo gente que se ofrece a hacer, por ejemplo, una valoración y a partir de ahí, cuando sepamos los daños a ciencia cierta, nos dirigiremos a quien nos pueda ofrecer ayuda», afirma Helder Manuel.

Tampoco ha podido volver a su casa la familia de Camos que también perdió todo lo que tenía hace un mes en el incendio. Ricardo Rodríguez, que posee un negocio de pinturas en A Ramallosa, busca la manera de obtener ayudas para poder rehabilitar la vivienda, cuya estructura quedó seriamente afectada. Desde entonces, viven en casa de otros familiares en la misma parroquia de Camos. Lo único que salvó es la ropa que llevaba en la maleta porque el día que se produjo el desastre llegaba en coche de Cáceres. Lo hizo a tiempo de poder sacar a su mujer, a su hija y su novio y a su suegra antes de que las llamas afectaran a la casa, quemando todo lo que había dentro.