«Las calles se movían como serpientes»

Ana Gerpe Varela
Ana Gerpe RIBEIRA / LA VOZ

GALICIA

CARMELA QUEIJEIRO

Afincada en España desde hace una década, en las vacaciones de hace siete años en su ciudad, Concepción, le tocó pelear contra la fuerza de la tierra junto a su familia

25 oct 2017 . Actualizado a las 16:43 h.

La determinación y firmeza que guían su vida amortiguaron los devastadores efectos del terremoto que, hace siete años, a Marlene Riffo Jara (Chile, 1963) le tocó vivir en la primera línea: «Creo que tuve la suerte de reaccionar bien, sin ponerme histérica», señala al recordar la madrugada de aquel 27 de febrero del 2010, cuando salió de casa con el pijama puesto, el bolso con sus documentos y las llaves del coche como únicas pertenencias. Escapando con ella de la destrucción iban su madre, el compañero de esta y su hermano.

Licenciada en Educación Física por la Universidad de Concepción, Marlene Riffo se vino a vivir al municipio de Ribeira en el 2007, donde comenzó a trabajar como profesora en un gimnasio para, actualmente, tener su propio estudio de Pilates. Aquel 27 de febrero era ya especial porque era la última jornada de sus vacaciones, en las que había ido a su país para estar con su familia. Había estado disfrutando de una velada de despedida con sus amigos: «Llegué tarde a casa y estaba despierta. Lo tenía todo preparado para el día siguiente, que regresaba a España. Cuando empezó el temblor, hacia las 3.45 horas, se me cayó el televisor justo al lado. Me puse unas botas y un chaleco». Ella estaba acostumbrada a los movimientos sísmicos, que son frecuentes en Chile, pero desde el primer momento supo que aquello era otra cosa.

Pese a que en la radio decían que no iba a producirse un maremoto, Marlene Riffo y su hermano prefirieron guiarse por su instinto: «Pensamos que teníamos que irnos, porque el agua no tardaría en llegar». No se equivocaron. La vivienda de su madre estaba a solo tres kilómetros del mar, en Concepción, donde se registró el epicentro de un terremoto de magnitud 8,8 en la escala de Richter, uno de los más grandes de la historia. El mar era el mayor temor de Marlene: «Pensar en morir ahogada me producía terror, mucho más que si cayera el techo sobre mi cabeza».

El caos

Recalca que la suya no fue una actitud planificada: «Lo hice todo de forma inconsciente y me marché de forma tranquila. Era el caos. Las calles se movían como serpientes. Nos subimos en el coche y emprendí el rumbo hacia la zona de Laguna Redonda, que está como en un cerro».

El desorden reinaba en las calles y se escuchaban explosiones. En ese improvisado refugio alejado del mar estuvieron hasta que amaneció: «Decidimos regresar porque según la radio no se había producido el tsunami». Sin embargo, la realidad fue bien distinta. El agua se había llevado todo por delante: «Mi hermano y la pareja de mi madre fueron caminando hasta casa, que estaba llena de fango. Cuando estaban dentro aumentó el nivel del agua y tuvieron que subir a la cubierta».

Su madre no solo perdió el hogar en el que residía, también su medio de vida, ya que poseía dos puestos de venta en un mercado que el mar engulló: «Los afectados no recibieron nada y aún hace poco que se aprobó el proyecto para reconstruirlo. Desde el terremoto, los comerciantes ocupan puestos en precario».

Marlene Riffo recuerda: «Fue catastrófico, pero lo que vino después fue incluso peor. Había saqueos, robos en tiendas, en casas. Los dueños de las viviendas hacían turnos para vigilarlas. Era como el clima del terror».

Unas dos semanas tardó Marlene en poder regresar a su trabajo en Ribeira: «Dejar a mi madre era duro. No sabía qué hacer, pero traté de ser fuerte porque era la única manera de ayudar. Tenía que venir aquí y trabajar para mandarle mi sueldo. Tuve suerte y conocí a mi actual pareja, que apareció como un ángel y me ayudó». Marlene regresó a Chile en el 2014: «Pero no fui a la casa que perdimos».