«No soy mucho de chistes»

GALICIA

Pinto & Chinto

El portavoz socialista en el Parlamento de Galicia asegura que lo más importante en la vidad es tener un «nivel aceptable de felicidad»

24 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Por mí, encantado si no hablamos de política» dice Xoaquín Fernández Leiceaga (Noia, 1961) cuando nos encontramos en su despacho del Parlamento. Aunque un poco sí que hablamos. No se dejen engañar por el titular, se trata de alguien más divertido de lo que parece.

-Nació usted un día de Reyes. Cualquier niño pensaría que es mala suerte.

-Sí, un dos por uno; un mismo regalo sirve para cumplir dos veces. He de decir que en mi casa se celebraban más los santos que los cumpleaños. Eso ayudaba un poco.

-¿Con qué le gustaba jugar de pequeño?

-Con el mecano, el balón, la bicicleta... En casa llegamos a tener un Scalextric, aunque a mí no me gustaba mucho jugar con él.

-Seguro que sus hermanos lo agradecían, porque así podían jugar ellos más.

-Sí, seguramente. Somos seis hermanos y yo soy el mayor.

-¿Fue un buen estudiante?

-Sí, sí.

-¿De los que tienen mucho talento o de los que tienen mucho tesón?

-Nunca me fue difícil sacar adelante los cursos con buena nota.

-¿Y era usted más bien ligón?

-Mi madre dice que sí, pero yo no tengo esa idea, ja, ja.

-Usted está en el mismo departamento universitario que Laxe, Touriño o Beiras. ¿Es obligatorio para aspirar a la presidencia de la Xunta?

-No, obligatorio no, pero imprime carácter, ja, ja. Por cierto, el actual portavoz del PP también pertenece al departamento.

-Le han tocado tiempos convulsos para liderar el PSOE.

-Sí. Hay una parte de la crisis que es general. Las preferencias políticas de los ciudadanos hacia la izquierda se han abierto más. Y la globalización ha puesto en cuestión algunos de los elementos clásicos de actuación de la socialdemocracia, que es a través del Estado y que tienen menos capacidad por sí mismos. En tercer lugar, nuestro programa clásico está cumplido: entrar en Europa, construir un estado del bienestar... Todo eso lo hemos hecho, malamente, pero lo hemos hecho. Así que una parte de la crisis se explica desde nuestro éxito.

-¿Y cómo ve el futuro?

-Estoy muy preocupado. Percibo un nivel de enfrentamiento interno demasiado intenso y dificultad para reflexionar sobre los problemas de nuestro tiempo.

-Seguro que ha tenido que soportar muchas veces el sambenito de que digan que es usted aburrido. Le voy a dar la oportunidad de desquitarse: cuénteme un chiste.

-No soy muy de chistes; soy más de ironías. Pero bueno... Hum... Así en frío me da un poco de rubor.

-Dejémoslo, pues. ¿Qué es lo que menos le gusta de su trabajo?

-Quizás la rutina que rodea la actividad parlamentaria. Pasan los meses y ves que los debates siguen en el mismo sitio. Me gustaría que fuéramos capaces de solucionar los problemas más rápidamente.

-La universidad, imagino, también debe de ser monótona.

-No crea. Desde la aplicación del plan Bolonia, las cosas han cambiado, se puede innovar más. Y tiene el plus de la investigación, que siempre compensa.

-¿Ya se ha arrepentido de dejar la Universidad?

-No. Todavía no.

-¿Es capaz de desconectar en su tiempo libre?

-Sí. Siempre lo fui.

-¿Y qué le gusta hacer?

-Ir al cine, leer un libro, hacer una ruta en bici o caminando... También me gusta mucho viajar.

-¿Cuál es el lugar que más le ha impresionado?

-Vietnam me gustó mucho. Me impresionó favorablemente. Irán también. La gente es extremadamente amable.

-¿Hace deporte?

-Menos de lo que debería. Intento no echarme encima muchos kilos.

-¿Le gusta el fútbol?

-Jugarlo. Hasta hace un par de años aún estaba en un equipo de fútbol sala.

-¡Uf, cuánto peligro tiene eso!

-Por eso lo dejé.

-¿Cuál es la mujer más atractiva que conoce?

-Humm, me cuesta mucho responder a esa pregunta.

-Portomeñe respondió rápidamente. Dijo que Marilyn Monroe.

-Ah, ¿valen actrices? Pues Uma Thurman.

-¿Qué le hubiera gustado hacer que ya no hará?

-Dar la vuelta al mundo en barco.

-Una canción.

-La garota de Ipanema.

-¿Qué es lo más importante en la vida?

-Tener un nivel aceptable de felicidad.