Están las puertas giratorias, las que permiten a algunos políticos seguir viviendo algo así como la vida loca (la web de transparencia del Gobierno ha transparentado algunos casos) y están las puertas del pueblo raso, puertas que solo giran hacia un lado: puertas de salida, portazos, puertas de autocares hacia Suiza, de aviones hacia el Reino Unido, de trenes hacia los campos de fresas y melones de Francia y Andalucía. En Galicia, cogen el pomo de estas puertas 44 personas cada día, entre muertos y pies para qué os quiero. Son 44 personas menos a comprar huevos y calcetines, 44 personas menos cada día encendiendo la luz, pagando el bonobús, comprando libros, reservando entradas para el concierto y el teatro, 44 potenciales usuarios de la piscina y del gimnasio menos, 44 litros de leche menos. Cada día. Lo inexplicable: que el gobierno de la Xunta no se dé por aludido, y que en el Parlamento gallego, algo así como otro planeta, no se produzca, no se haya producido, un acuerdo de país, un consenso total para, por lo menos, intentar frenar esta sangría. Prefieren llevarnos a ningún sitio. Lo único que van a arreglar así es el problema de la doble fila en las ciudades: sin personas nos vamos a quedar hasta sin infractores. Algunas guarderías y escuelas de Galicia parecen un documental de Chernóbil... después de que explotara Chernóbil. Están obsesionados por ver quién insulta más y mejor mientras pasan de puntillas por lo que tendría que ser lo primero con mayúsculas, y también lo último: la vida de un pueblo que se muere, que se escurre como la arena de playa entre los dedos. Han demostrado su incapacidad para evitar ponernos a los pies del precipicio. Hoy, las panaderías venderán 44 barras de pan menos que ayer. Y 44 más que mañana. He aquí el presente y el futuro menguante de Galicia, haciéndose transparente a pasos agigantados, convirtiéndose en el ejemplo perfecto de cómo ser un país líder en transparencia. Literalmente, desapareciendo.