Es difícil imaginarse algo más generoso que ofrecerse como familia de acogida para los niños que se han quedado sin el cuidado necesario de sus padres. Podemos imaginarnos actos generosos con más glamur, pero ninguno con la dedicación constante y esfuerzo sostenido que supone el cuidado de un niño durante un tiempo determinado, y la disposición de pasar por el proceso de separación. Pero más allá de la generosidad, esta decisión requiere de una comprensión adecuada de las características del proceso de integración de un niño en una familia nueva. Cada niño viene con una experiencia de vida anterior que, por corta que haya sido, determina su incipiente estructura psíquica y condiciona sus reacciones, influyendo así en su capacidad para adaptarse. La experiencia emocional previa en su familia biológica y/o en situaciones de acogida institucional o familiar anteriores afecta a su habilidad para apegarse de forma estable y saludable, a sus incipientes creencias sobre quién es y qué puede esperar del mundo que le rodea, así como a sus mecanismos emocionales de afrontamiento de las dificultades. A mayores, juega un papel importante la gestión de las experiencias previas de separación, ya que una separación emocional saludable implica la creación de espacios para vivir la tristeza y despedirse, así como la facilitación de un proceso de comprensión de las causas de su situación, que lo diferencia de otros niños. La formación de las familias en conceptos básicos de psicología infantil es imprescindible para que puedan comprender las reacciones del menor. Si se complementa con un sistema de apoyo profesional a las familias, estaremos contribuyendo a una generación de adultos maduros y equilibrados.