Las universidades gallegas se embarcan en una nueva reforma de su oferta de titulaciones. Se busca la eficiencia, la coherencia y crear un sistema integrado y atractivo. Desde hace años son constantes los cambios y las peticiones para reestructurar las carreras gallegas. Se han reducido 25 grados en los últimos años y se ha modificado el plan de estudios y el nombre de muchas titulaciones. Por ahora, sigue sin estar clara la fórmula del éxito de una carrera. ¿Su inserción laboral? ¿La demanda que tiene de alumnado? ¿La calidad de su profesorado? ¿Todas las titulaciones deben estar orientadas al mercado del trabajo, o hay que preservar el conocimiento sin tener en cuenta su aplicación práctica?
¿La educación superior es para todos, o solo para unos pocos? No parece tener lógica que una carrera tenga, en su primer curso, cinco, ocho o doce alumnos. Ni la educación básica se permite muchas veces ratios tan costosas. Pero cuando el ladrillo generaba ingresos y superávit en las arcas públicas, a ver quién le negaba una facultad a un alcalde o una carrera a un rector. Ahí está el recuerdo de Comunicación Audiovisual, repartida salomónicamente entre las tres universidades. En época de vacas flacas el péndulo oscila al otro extremo y sobran grados, másteres y profesorado por doquier. Las previsiones demográficas, sin embargo, estuvieron siempre ahí para quien quiso verlas, así que no puede pedirse a las facultades que llenen sus aulas si no hay jóvenes. En este contexto de contención económica, quizás el mejor para hablar de reformas, cabe sentarse y planificar a largo plazo una oferta sensata, no repetitiva, sin olvidar los títulos humanísticos, especializando los campus y valorando el mercado laboral, aunque sin olvidar que este es cambiante -¡qué se lo digan si no a los arquitectos!