Benedicta es una veterana. Lleva desde 1966 viviendo de la playa de Miño. Primero tuvo un restaurante en el que había de todo. Paella, tortilla, sardinas, bocadillos... Tenía clientela de todas partes. De Lugo, de Ponferrada, de Madrid, del sur. Pero hace unos años tuvo que cambiar las comidas por los helados, el café y el agua. Lo hizo obligada por una orden de derribo del chiringuito donde cocinaba. «E aínda non pagaron», dice.
Fue en el 2009 cuando cogió la explotación de un kiosco de helados. Va a la subasta cada año.
Nunca ha perdido la relación con la playa, pero reconoce que las cosas han cambiado mucho. «Antes do que sacabas no verán podías vivir todo o ano. agora o que máis sae é a auga. No fin de semana sairon 30 caixas», cuenta. Y gracias.