Hace casi veinte años comenzaba a manifestarse el botellón. Al principio no se diferenciaba mucho de otras prácticas, pero fue evolucionando hasta convertirse en un conflicto posmoderno. A diferencia de las épocas moderna y premoderna, en las que las tensiones sociales tenían raíces en el ámbito de la producción y distribución de la riqueza o en el de las creencias, el botellón ocurre en el ámbito del consumo y ahí entran en liza derechos relativos al ocio y al descanso. Luego se constató que junto al problema de orden público existía otro más preocupante, el referido a la salud pública, por cuanto en el botellón se iniciaban menores en el consumo de alcohol bajo unos parámetros bien distintos a los vigentes cuando se iniciaron sus padres y, sobre todo, sus madres. Ha pasado el tiempo. Se han ensayado cientos de experiencias alternativas (con poco o ningún éxito) y nos hemos dotado de una gran variedad de normativas (con éxito desigual). En los casos en los que se ubicó correctamente el problema (el botellón responde al modelo cultural global dominante) se trató de regular, armonizando el derecho al descanso y al ocio adulto con un mínimo de condiciones. Allí donde se fueron poniendo parches sin una idea clara del significado del botellón o desde posiciones únicamente prohibicionistas, el botellón sigue presentando niveles altos de conflicto. En un contexto de crisis, no es previsible que desaparezca, ya que nació como una opción de ocio más barata que la existente.