Carlota Gurt: «El amor, en el fondo, también es una catástrofe»

FUGAS

Sergi Alcázar

De dónde nace el cataclismo, cómo se gesta, qué viene luego. Gurt explora a través de 14 relatos lo que sucede tras el incendio

06 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta el último momento, Carlota Gurt (Barcelona, 1976) se mantuvo inamovible en la frase que cierra del libro como título para coagular sus relatos: «Todos llevamos un pirómano dentro». El incendio, sin embargo, exigía su lugar. Finalmente se impuso como saludo al lector Biografía del fuego; dentro, 14 textos sobre lo que pasa después del cataclismo, sobre el paisaje después de la destrucción. Con la sensación en el cuerpo de haber hecho arder su propia vida, Gurt quiso entregarse a la saludable tarea de escribir para comprender: de dónde nacen la destrucción, cómo se gesta, qué pasa después. «Catástrofes vitales —precisa—, pueden ser divorcios u otras cosas; de hecho, el amor, en el fondo, también es una catástrofe».

­—«Biografía del fuego» nació la noche que empezó a soñar con vehículos.

—Y no he parado todavía. Ahora ya solo son coches, pero hubo una época en la que soñaba a diario con todo tipo de vehículos, sueño muchísmo. A veces busco en Google cómo dejar de soñar, pero no hay manera. Así que cuando se repite mucho alguna temático, intento averiguar por qué. Y me respondo. Que tendré razón o no, porque la interpretación de los sueños al final no deja ser un diálogo contigo mismo, pero yo me digo, por ejemplo: sueñas con vehículos porque no sabes hacia dónde vas, porque vas un poco a la deriva.

—Dice que «escribir es una manera de digerir la realidad para no acabar con una úlcera». ¿Qué tenía que digerir?

—Escribo desde quien soy y desde mi momento vital, que ahora mismo está formado por unas cuantas piezas: mi vuelta a Barcelona tras muchos años viviendo fuera, y volver a la ciudad siempre es como una bofetada; el divorcio y la experiencia de divorciarse con hijos; la muerte de mi madre, que no es la muerte todavía, porque no ha muerto, pero como si lo hubiese hecho, porque tiene un alzhéimer ya muy terminal; y el enamoramiento, el tener una nueva pareja y las negociaciones que uno hace consigo mismo y con el mundo y con la pareja. Esa es un poco la constelación de la que nacen estos cuentos.

—Le dedica el libro a sus padres: «Tuvieron que morir para que yo pudiese escribir».

—Bueno, eso, mi madre se supone que está viva, pero está viva y muerta, porque tiene la forma de mi madre, pero no es mi madre. Si ellos estuviesen vivos y con la cabeza en su sitio, no podría escribir lo que escribo, creo. No podría decir ciertas cosas. Al final, los padres son las únicas personas a las que puedes realmente decepcionar. Hay algo del hecho de decepcionar a los padres que a mí se me antoja más intolerable, más difícil de digerir, más imperdonable.

—¿Y con sus hijos no tiene esa sensación?

—No, pero sí hay ciertos temas que evito al escribir, hay una cierta censura porque tengo la sensación de que algo del mundo de la ficción pasaría al mundo real. Imagina que escribo sobre una vida sin hijos, porque hay días en los que uno desearía no tenerlos, y eso no quiere decir que se arrepienta de ello. Ponte en que subo el tono, que lo caricaturizo, que lo llevo un poco al máximo. Luego mis hijos van a leer eso y eso va a afectar a la vida real, ya es algo real.

—Las editoriales suelen ser reacias a publicar relatos. ¿Interesan menos?

—Yo durante muchos años no leí cuentos, porque me pasaba lo que a mucha gente: al conseguir entrar en la historia de golpe se acaba, y yo querrías más. Al final es una cuestión de compromiso. Con una novela, cuando llevas 50 páginas te puedes relajar, sabes que si decides seguir leyendo probablemente te va a gustar. Con los cuentos no pasa eso, porque igual te gusta uno, pero no sabes qué va a pasar con el siguiente. La decepción está siempre a punto: pasas la página y puede estar ahí, hay esa especie de miedo. Y luego hay otro problema, que la gente lee cuentos como se lee una novela: se tumban en la cama y se leen cinco seguidos.

—De hecho, bajo el índice, da unas breves instrucciones para leer estos cuentos: en orden y no más de dos seguidos.

—El lector que haga lo que quiera, pero es para evitar ese efecto empacho. Hay que permitir al cuento que se asiente, que no se mezcle. Acostumbra a ser un texto denso, tiene que mantener la expectativa del lector porque luego lo va a defraudar, porque la historia se termina muy pronto, así que de alguna manera por otro lado es más exigente. Y se necesita una atención distinta que con las novela. Y lo del orden responde a que, tal y como yo lo entiendo, un libro de 14 cuentos son más que 14 cuentos. Son un recorrido, tiene un sentido. Si te saltas el orden el efecto emocional es distinto.

—¿Es muy distinto escribir relatos a escribir novela? 

—Al escribir una novela hay un esfuerzo inicial de pensar toda la historia, los personajes, el mundo de esa historia, el tono. Una vez ya has decidido, la escritura fluye, porque cuando te pones a escribir ya sabes quién es todo el mundo, lo que va a pasar; en mi caso, es así. Pero con los cuentos... cada vez que se termina uno hay que hacer un esfuerzo creativo nuevo: a ver ahora qué va a pasar, quién lo va a contar, en qué tono, qué narrador. El esfuerzo creativo es más continuo. Yo siempre digo que escribir novela es como un tobogán, tú tienes que subir la escalera, pero luego ya te tiras, y que en cambio escribir cuentos es como un columpio, hay que darle cada vez, eso requiere una energía distinta.

—En todos los relatos hay un pájaro. 

—Cuando empecé a escribir vi que me salían pájaros de manera natural, no era una cosa hecha adrede, y entonces pensé que me gustaba la idea de que hubiera pájaros en todos los cuentos. A veces aparecen de una manera muy secundaria, narrativamente no son importantes, pero me gustaba el hecho de meternos en todos, por esa idea de que el libro de cuentos es mucho más que 14 relatos, que forma un todo, que con un libro de cuentos creas un universo. Los elementos comunes ayudan a dar sensación de continuidad. ¿Por qué el pájaro? Porque me pareció que era una buena imagen del estado en el que te encuentras cuando no sabes hacia dónde vas y de la incertidumbre que nos rodea, nunca sabemos qué va a pasar y eso es muy inquietante. Eso nos deja en estado de fragilidad, de vulnerabilidad, como si fuésemos un pajarito. Está ahí esa idea de que podemos echar a volar, pero a la vez es muy fácil que nos aplasten. La potencialidad de volar mezclada con la posibilidad de morir me gustaba.

—Ahora sueñas con playas interminables y animales marinos. 

—Sí, sí. Estuve como tres o cuatro semanas soñando con playas, ahora hace unos días que ya no. Y aún no sé exactamente qué son.

—¿Esto que está generando creativamente en ti?

—De momento, una especie de desierto de agua, es bastante inquietante. A veces pienso que podría estar relacionado con la idea de la muerte liberadora, pero no lo tengo claro.