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Inesperada fiebre por una novela de 1994 que Alpha Decay trajo a España en el 2014

27 ene 2023 . Actualizado a las 18:43 h.

Sucede que, a veces, escapando a toda lógica, algo se convierte en objeto único de deseo, tema absoluto de conversación. Lo curioso no es el subidón adrenalínico por una rabiosa novedad, sino la inexplicable y repentina fiebre por un capricho extemporáneo y, también, que esta necesidad apriete en el universo lector, poco amigo —bestsellers aparte— del dictado de las modas. El verano pasado, sin embargo, se volvió obsesión El mar, el mar, de la escritora irlandesa Iris Murdoch, un volumen con más de 40 años que de la noche a la mañana mutó en fenómeno literario confirmándose como clásico atemporal. Ahora, es la única novela que escribió Lydia Davis (Massachusetts, 1947) —celebrada autora norteamericana del relato corto— el básico arrollador del momento, un libro de 1994 que Alpha Decay acaba de rescatar tras editarlo por primera vez en España en el 2014. Se desconoce si fue antes la reedición o la locura colectiva por El final de la historia; el huevo o la gallina.

Primera esposa de Paul Auster, Davis compone en algo más de 200 páginas un panegírico de un encaprichamiento amoroso que inevitablemente evoca a la purísima pasión de Ernaux; quizá aquí, con la francesa recién nombrada Nobel, una de las tantas razones del hype. Otra es la indiscutible autoridad para conducir el gusto de determinados sujetos; que los visionarios no solo dictan tendencia en cuanto a trapos, también en las letras. El caso es que, siempre que tiene la ocasión, la escritora Sabina Urraca desliza que esta es «la novela», su favorita, una sentencia que hace unos meses repitió en sus redes sociales, miope al alcance, pero probablemente con intenciones nada inocentes. En efecto, se montó la gozadera, siempre lúcida la canaria, madrina de Andrea Abreu y actual editora itinerante de Caballo de Troya. Suele ella abundar en argumentos sobre su recomendación: de Davis dice que es «alguien muchísimo más inteligente que tú que explica muchas cosas que ni te imaginabas que se podían explicar así, alguien que escribe algo que tú nunca vas a saber escribir pero que has sentido». Y también que —en su retrato de su enfrentamiento con, por un lado, una tormentosa relación con un hombre mucho más joven que ella y su ruptura con él y, por otro, el reto de escribir una novela con este material— la escritora despliega su neurosis «como la cola de un pavo que busca aparearse». Nos gusta una heterointensa con discurso torrencial, confirmamos.

Personalmente, lo que me deja loca de El final de la historia es la capacidad de su autora para laminar su infatuación —ducha en la biopsia de su súbita admiración, de los motivos del desajuste emocional—, pero sobre todo su disección de la desgana y de su gestión, su análisis de la falta de interés: cómo llega, cómo expira la atención, de qué manera se agota el amor. Ahonda en esa repetición de patrones para evocar lo que un día se sintió y ya no aparece por ningún lado, por ningún poro —volver a los mismos lugares, pulsar las mismas teclas—. ¿Fue así o creemos que fue así, convenciéndonos —contándonoslo a nosotros mismos— de que lo fue?

Quizá se quisieron (nos quisimos), pero no lo hicieron (no lo hicimos) a la vez.