Cristina Araújo, Premio Tusquets: «El verdadero infierno llega tras la violación, las víctimas tienen que pasar un año con pruebas y pastillas»

FUGAS

Enric Fontcuberta | EFE

Su novela, «Mira esa chica», es la autopsia de una agresión grupal que constata que lo peor empieza el día después

27 dic 2022 . Actualizado a las 09:04 h.

La chica a la que «mira» esta historia se tortura pensando por qué no se mantuvo callada, por qué denunció. Se plantea una vez y otra vez qué hubiese pasado de haber aplastado el recuerdo. Luego piensa que ojalá tuviese secuelas físicas, un desgarro, una infección, algo que se pudiese curar y coser, algo de lo que nadie dudase. Con precisión quirúrgica, Cristina Araújo (Madrid, 1980) se mete en esta novela —premio Tusquets 2022— en la piel de la víctima, al filo de la mayoría de edad, de una agresión grupal. Una jauría —que no una manada— y un portal. Seguro, les sonará. No es estrictamente esa historia, pero sí lo es, como podría ser la de cualquier mujer.

­—Se habla mucho de los hechos, del consentimiento, del grado de resistencia, pero poco del largo camino que una víctima inicia el día después, sobre todo cuando se pide ayuda.

—De ahí nació esta historia. Un día me encontré un reportaje sobre las pruebas médicas a las que se tiene que enfrentar una chica después de una violación, algo que yo ni siquiera me había planteado. Se pone mucho el foco en las secuelas psicológicas que, claro, al final son las más duraderas y las que más te pueden luego llevar a muchos más problemas, aunque hayan pasado años, pero también hay una parte muy importante de la salud física ahí involucrada. Hasta que leí ese artículo, creía que se daba solo la píldora del día después, no me imaginaba una vacuna de la hepatitis, todos los antibióticos de la gonorrea y la sífilis, medicación del VIH y su seguimiento… análisis espaciados durante varios meses. Lo físico lo relacionaba más con la violencia del momento, con un desgarro o algo así, pero no con pruebas y pastillas. Y empecé a pensar en esos añadidos de preocupación a los que no habíamos prestado atención, quise darles más protagonismo. Me estudié todas las fases del trauma, cuándo llega la tristeza o la ansiedad, cuándo predomina más la depresión, cuándo hay más rabia, cuándo hay más culpabilidad, cómo se van sucediendo y a la vez también simultaneándose y, así, fui componiendo los capítulos. ­

—Habló con psicólogas y se documentó sobre víctimas reales. ¿Hubo algo que le llamase especialmente la atención?

—Me hizo pensar mucho en el hecho de que determinados casos son tan mediáticos que generan conversación en la calle, aun siendo las víctimas totalmente anónimas. Y en las situaciones tan incómodas a las que esto puede dar lugar. De hecho, la chica del caso de la Manada comentó que le había pasado. Me refiero a estar esperando el bus o en el cumpleaños de tu primo, en un botellón o donde sea, y que la gente que está a tu lado esté hablando alegremente de ti, de tu historia, sin saberlo. Me impactó mucho. Que todo el mundo juzgue, que se permita el lujo de opinar.

­—¿Y cómo cree que le sentaría a la víctima de la Manada leer este libro?

—Es algo que he pensado mucho, que me preocupaba. No solo en qué pensaría ella, también otras víctimas. Pero como realmente la intención era dar más visibilidad al después, a los sentimientos, al cuadro de reacciones de la gente que rodea a la protagonista, y toda esa parte es más ficción… Hay mucho de casos reales, sí, pero no es una historia real, ese material es solo el punto de partida para abrir ese otro abanico que para mí era lo importante: el tema de la salud física, de cómo se comportan los medios, de la introspección, de la hondura psicológica de los personajes, del conflicto interno. No me gustaría que se viese como algo morboso, no era mi intención poner en carne viva todo eso otra vez.

­—El argumento de «Mira a esa chica» no puede ser más oportuno, con la ley del «solo sí es sí» en vigor desde hace apenas dos meses y toda la polémica generada a su alrededor.

—Cuando escribí el libro, no estaba nada pendiente de las leyes. Me gusta mucho la psicología evolutiva y sabía que cuando estás en una situación de riesgo extremo, de temer por tu vida, hay varias reacciones: defenderse atacando, huir, bloquearse y crear lazos con el agresor para ver si, con esas, te puedes escaquear en un momento dado, ya como último recurso. Y cuando pasó lo de la Manada se habló mucho sobre este tema, se cuestionó mucho a la víctima porque se dijo que no se había defendido. Y yo no entendía por qué se le daba tantas vueltas si esa era una de las reacciones normales, naturales. No me imaginaba que tuviese que estar cuestionándose en un juzgado cuando el bloqueo es una respuesta de la propia evolución para sobrevivir en un momento dado. Así que me alegro mucho de que la nueva ley contemple esto. Me parecía algo muy obvio.