
Santiago acogerá uno de los conciertos con los que la artista pone fin a la gira de un disco que trasciende lo puramente musical
18 nov 2022 . Actualizado a las 10:36 h.Es consciente de que el capítulo artístico más importante de su vida está a punto de cerrarse. Con los cuatro conciertos que configuran su gira, Zahara pone punto y final a todo lo que ha generado Puta (2021), el disco con el que exorcizó traumas y fantasmas derivados de los abusos sexuales sufridos de niña y todo lo que vino después. «Ha sido un trabajo que me ha transformado y con él he crecido a muchos niveles. No solo a nivel artístico, sino también personal. Me siento muy feliz. Y esto tiene mucho que ver con este disco. Le he puesto palabras a situaciones de mi vida que no me atrevía y eso fue muy liberador. Que un disco tan duro haya tenido este recibimiento fue algo brutal. Creo que nunca haré otro así», señala. Uno de esos recitales finales tendrá lugar en Santiago la semana que viene (viernes 25, Auditorio de Galicia, 20.30 horas).
—Una palabra como «puta», que le provocó tanto dolor e incluso ideas suicidas, acabó siendo el título de su disco y el concepto de su gira. ¿Ha logrado vaciarla de ese significado?
—Yo tenía mi trauma, pero siempre lo había escondido, impidiendo que la gente lo pudiera ver. Pero se mantuvo ahí. Para mí, este disco ha supuesto colocar la palabra «puta» y todo lo que conlleva de frente. Una vez que lo he hecho, sí lo que lo he podido poner al lado. Es verdad que se desbloquea la fuerza de la palabra de tanto decirla y manosearla con otra intención. Ya no me han golpeado con la palabra puta, sino que con esta palabra he recibido muchísimo cariño y muchísimo amor. He recibido comprensión, compasión y empatía. Eso me ha generado calma y bienestar. Ahora no tengo problemas: me muestro con esa vulnerabilidad y eso también fortalece.
—¿Cómo se siente cuando en conciertos suyos algunas fans usan esa palabra?
—Cuando la oigo gritada en el escenario, hay un primer momento de «¡guau!, que esto lo estoy provocando yo». Pero ahora tengo el control de esta palabra. No es una palabra que me están diciendo en el momento en que yo no quiera, sino que la estoy recibiendo precisamente porque las personas que lo están gritando saben lo que significaba para mí y lo que puede significar ahora. Pero sí que es verdad que hay un clic y pasa en el momento. No la oigo y digo: «¡Guay!».
—¿Sus conciertos se han convertido en una reunión de «putas» en ese sentido?
—Sí, claro.
—Parte de su público se pone la banda con la que usted sale en la portada del disco diciendo: «Yo también soy una puta». El significado es fortísimo.
—Claro. No conozco a nadie que venga a mis conciertos que no haya experimentado algo similar a lo que a mí me ha ocurrido. Nos hemos encontrado en una reunión de gente a la que le han llamado puta o maricón, de la que se han reído, de la que han intentado abusar o han abusado, los han ninguneado y señalado. Estoy en el concierto y las veo a todas. Vienen siendo protagonistas de la historia que yo estoy contando. Pero es precioso que dejemos de asociar esta palabra a algo negativo. Además siempre es con las mujeres. ¡Ya está! ¡Basta!
—En el escenario juega con el erotismo, lo cual puede generar incomodidad y confusión a quien no conozca su disco y su discurso en profundidad.
—En el escenario hago una expresión libre de lo que soy y lo que siento. He creado un lugar tan seguro para mí que puedo hacer lo que quiera sin miedo y sin sentirme juzgada ni malinterpretada. Yo me siento así de segura. He convertido el escenario en lo que antes era en mi cuarto con la puerta cerrada. Imagina lo pudoroso que es eso. Compartirlo es el chute de energía más grande que he sentido nunca. Pero no puedo ser ingenua y naíf y olvidar que estoy en un escenario y, como dices, prácticamente, desnuda y bailando con unos movimientos que tienen una erótica. Soy completamente consciente de que yo ahí provoco una incomodidad. Eso tiene una explicación si comprendes la sociedad heteropatriarcal en la que vivimos, en la que la mujer ha tenido que ser sexi solo para el hombre. Y ser solo sexi de una manera muy concreta, con un tipo de movimientos y de vestimenta. Lo que yo hago en el escenario no es para ti, hombre de las cavernas [risas]. Es mi expresión. Y si le genera incomodidad debe preguntarse por qué. Que no me juzgue a mí. Que se pregunte qué es lo que le está molestando y lo revise. Por eso cada vez me resulta más poderoso reivindicarme de la manera que más me gusta. Igual que bailo delante del espejo como si fuera una serpiente, también me vas a ver con una sudadera ancha toda tapada con capucha donde no se deja ver cómo es mi cuerpo.
—En sus últimas entrevistas recalca que usted fue víctima, pero también verdugo.
—Igual que mujeres maltratadas acaban muchas veces con hombres que las maltratan, y se culpa injustamente a la víctima, con esto ocurre lo mismo. A mí me pasaba que una de las maneras de gestionar los abusos y violencia que había sufrido desde joven era tener relaciones sexuales compulsivamente. Sin entender ni saber por qué estaba ahí, solo porque en ese momento era algo que me era familiar. Y en lo familiar había cierto confort y tranquilidad. Pensaba: «Esto es terrible, no lo disfruto, pero como lo conozco me da tranquilidad». En cuanto acababa la situación y volvía a casa estaba mucho peor, porque había vivido una enajenación. Y en esa enajenación a veces quería vengarme de todos los hombres que me habían hecho eso. Por eso no quería ser fiel, porque pensaba que la fidelidad me estaba limitando. No quería comprometerme. Quería generar el mismo dolor que yo estaba sintiendo.
—¿Quería vengarse?
—Quería vengarme de todos ellos. Ir uno a uno y destrozarles la vida. Pero no era capaz y eso me hacía sentir mal, porque no era capaz de denunciar. Mi pequeña victoria, mi falsa victoria, era cuando lograba algún tipo de venganza, aunque fuera minúscula. Pasaba al saber que esas personas iban a romper sus relaciones porque eran infieles, acostándose conmigo teniendo pareja. Yo pensaba: «¡Se lo merecen!». Había cierta satisfacción en ello, pero inconsciente. Yo sentía una especie de victoria que, inmediatamente, se frustraba porque me sentía peor, encima era yo la culpable de esa ruptura. Se generaba un runrún más grande.
—Es decir, la culpa aumentaba.
—Unas veces, se espera que la víctima sea de una manera concreta. Encima de sufrir, tienes que comportarte como a la sociedad le gusta que sea una víctima. Una víctima de violación no puede salir de su casa, no puede tener relaciones sexuales, tiene que haber ido a denunciar inmediatamente y tiene que estar triste. Y tú no sabes cómo va a reaccionar una mujer a la que han violado. Nadie lo sabe. Cada persona es un mundo. Y reacciona con las herramientas que tenga o que conozca. A unas mujeres las violan, lo ocultan y luego, una década después, lo cuentan. Otras lo denuncian en el momento. Otras no saben cómo pararlo. Y una forma de reaccionar es queriendo vengarte de quien te ha hecho daño. Forma parte de entender a la víctima, que no es perfecta y que no va a ser como la sociedad quiera que sea.
—En alguna ocasión dijo que el día que se haga el #metoo de la industria musical y los festivales va a saltar todo por los aires. ¿Qué hay ahí detrás?
—Cuando yo me refiero a los festivales lo digo por las bandas. Quedarían pocas que pudieran tocar y, dado que en la mayoría de los festivales el 80% del cartel es de hombres, no aguantarían por eso. No me refiero al promotor. Ya he lanzado el guante lo suficiente para que otra persona lo recoja. No quiero, a estas alturas de mi vida, abanderar ningún #metoo. Pero cuando hago estas declaraciones recibo un montón de mensajes de personas. Me cuentan cosas que no hacen más que corroborar que es verdad. Pero no quiero ser yo quien abra el camino. Ya bastante he puesto mi cuerpo como escudo de muchas cosas y no tengo energía para más. Quien escucha mis canciones, lee entre líneas y escucha declaraciones de otras artistas puede empezar a entender un poco de qué estamos hablando...
—Su última colaboración con Natalia Lacunza («No me querías tanto») deja claro que no se acabó el discurso. Canta: «¿Cuántos de aquí van a confesar que son unos cerdos, que se creen los dueños, que todos los cuerpos se pueden tocar?».
—Hay una cosa que ha sucedido siempre. Cada vez que hay una acusación a un hombre sobre acoso o abusos, hay una negación absoluta y una justificación por alcohol, sustancias o depresión. Ya lo digo en la canción Joker: el hombre que se sienta mal acaba haciendo el mal, en lugar de buscar comprensión y expresarse. Y aquí lo digo: dejad de justificar las cosas que habéis hecho y empezad a aceptar lo que ha pasado. Cada vez que salen noticias de una persona que ha abusado de otra y hay un comunicado, nunca leo un perdón y una aceptación de lo que estaba hecho. Nunca he leído: «Era una época en la que no era consciente de que lo que estaba haciendo estaba mal». Jamás.