«La irrenunciable llamada de la luz»: así describió José Ángel Valente su pasión por Almería

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El poeta gallego se implicó en la vida cultural de la ciudad andaluza, donde adquirió una casa, convertida hoy en un museo

02 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En los alrededores de la Catedral de Almería, a los pies de la fortificación musulmana de la Alcazaba, las calles son sinuosas y estrechas, y la gente hospitalaria. Cualquiera que se adentre y pregunte sin más por la casa del poeta, como si buscase la botica o la panadería, podrá comprobar cómo los vecinos lo guían hasta la mismísima puerta. Por momentos, parece que el escritor habitase todavía allí y fuese a abrir y a dar las buenas tardes. Pero ya no está. Se trata de un bello y efímero espejismo, una ilusión fugaz alentada por el afecto que todavía le profesa el que fue su barrio, porque hace ya más de dos décadas que los restos del gallego José Ángel Valente (Ourense, 1929-Ginebra, 2000) descansan muy lejos, en la otra punta de la península. El poeta quiso recibir sepultura en el cementerio de San Francisco, en su ciudad natal, pero a mediados de los ochenta empezó su idilio con Almería, donde se instaló, influenciado por su amigo y escritor Juan Goytisolo, cuyo vínculo literario con la ciudad y la provincia se remonta mucho más atrás, como reflejan obras como Campos de Níjar (1959) o La Chanca (1962).

Valente describió su pasión por Almería con su inconfundible voz poética y habló de «la irrenunciable llamada de la luz». Lejos de permanecer aislado en su apacible retiro, participó activamente en la vida de la ciudad, arropado por la fotógrafa suiza Jean Chevalier o el fotógrafo Manuel Falces, y por el que por entonces era responsable de Cultura de la Diputación Provincial, José Guirao.

El escritor gallego se implicó en la preservación del patrimonio histórico artístico —el Convento de las Puras, la Catedral o la Alcazaba— y natural — el cabo de Gata o el desierto de Tabernas—, pero sobre todo peleó infatigablemente por la recuperación de La Chanca, que ya no era el barrio de los pescadores que vivían en cuevas que inspiró la novela de Goytisolo, un descarnado relato de la miseria de posguerra y la emigración, y en el que la sencillez de sus gentes asomaba con una dignidad y una belleza conmovedora.

Valente se encontró a finales de los ochenta con un lugar marginal, al que los propios almerienses habían dado la espalda, diezmado por la violencia y el tráfico de drogas. El poeta se rebeló contra el olvido y alzó la voz en una ciudad desmemoriada que creaba barrios mostrencos e impersonales, exportables a cualquier sitio. Tal fue su implicación en La Chanca, que la asociación de vecinos del barrio le nombró en 1996 socio de honor.

Ese mismo año, se quejaba amargamente a su amigo Goytisolo: «No la conocen porque no se asoman a ella, porque tienen miedo a lo desconocido y fabulado». Almería fue también el escenario de la peor de las tragedias: la muerte de su hijo Antonio a causa de una sobredosis en junio de 1989, cuando apenas tenía 34 años, y al que el escritor le dedicó el poemario No amanece el cantor. Arropado por sus amigos, su salud se hizo cada vez más quebradiza, como si de algún modo también hubiese empezado a morir. Su vivienda, conocida como la Casa del Poeta, es hoy un museo que conserva el legado de un escritor que creía que irse de Galicia era el modo de quedarse para siempre, que renegaba de la idea del regreso, y que forjó con Almería un poderoso vínculo que aún permanece vivo. «El sur como una larga, lenta demolición/El naufragio solar de las cornisas bajo la putrefacta sombra del jazmín».