Coleccionista de silencios

TEXTO: VÍTOR MEJUTO FOTOS: WHITE DOG STUDIO

FUGAS

WHITE DOG STUDIO

La Fundación Luis Seoane alberga hasta el 1 de Abril la exposición de Tamara Feijoo titulada «Epílogo de paisaxe e nubes». Alberto Cartón es su comisario

23 mar 2018 . Actualizado a las 05:30 h.

No es necesario subrayarlo todo para contar una historia. El ruido innecesario, la palabrería o el énfasis torpemente servido con vinilo, solo aparecen cuando faltan las ideas. En cambio Tamara Feijoo demuestra que es posible ofrecer un mensaje claro con la mínima intervención. Tocar solo cuando se debe. Y no estoy hablando de minimalismo. Hablo de acierto.

La obra de Tamara te sobreviene despacio, no lo hace a borbotones. Son los mismos resortes que necesita la intimidad. Su trabajo tiene un estricto rigor formal que contrasta con la delicadeza en el dibujo. Tamara dibuja con la precisión de un divulgador científico, como el naturalista que descubre y documenta una nueva especie. Los libros que albergan esas lujosas ilustraciones de naturaleza están hechos de papel. Benditos papeles, rugosos y táctiles, gastados por el uso y por la luz. Tamara también se ocupa del papel. Pero no como soporte sino como tema. Los encuentra y colecciona para finalmente componer con ellos la obra.

En esta nueva entrega de su trabajo hay una preocupación nueva: el espacio. Por eso las obras completan su ensamblaje con grandes rectángulos grises pintados sobre la pared de la propia sala que completan la pieza, la posicionan. Tamara actuó sobre la sala de la Fundación Luis Seoane liberando la celosía que estaba cegada por un tabique. Esta sencilla intervención produjo siete rectángulos de luz que son como siete renglones sobre los que escribir una partitura. Esto produce una pauta modular, un canon, una secreta ley que domina toda la exposición. Pero no hay rastro de rigidez. Todo está cuidadosamente medido pero no encorsetado. Los rectángulos grises traen un poco de tradición suprematista, los monotipos un poco de la maestría gráfica de Seoane y en el dibujo siempre acecha la quietud del conejo de Durero.

Las fronteras entre las distintas partes están cuidadas y sus transiciones son naturales y orgánicas. Ninguna de las disciplinas ensordece a las demás. Un viejo cartón gastado tiene tanto que decir como el minucioso detalle en el dibujo o la necesaria neutralidad del rectángulo pintado en la pared. Tamara no se apoya en lo que sabe que funciona y por eso silencia sus propias habilidades. Es muy necesario el silencio.