Venecia en 10 fogonazos: la insania vital de un encierro en el Lido

José Luis Losa

FUGAS

«Sangue del mio sangue», Marco Bellocchio
«Sangue del mio sangue», Marco Bellocchio

En Venecia, ya de madrugada, hay más ratas que humanos. Tendrían que poner semáforos para roedores. Pero para qué

18 sep 2015 . Actualizado a las 09:31 h.

Llego a Venecia en un vuelo en el que viaja también el equipo de El desconocido. Toda la prensa de Madrid ya la ha visto en uno de esos pases previos de los que no soy nada partidario. El Lido mantiene el espíritu del balneario que fue a comienzos del siglo pasado. Los precios de los hoteles son, en efecto, como los que en su día pagaba Gustav Von Aschenbach para seguir las evoluciones de Tadzio en el Grand Hôtel des Bains, aunque lo que hayas arrendado sea una habitación en un segundo piso sin ascensor.

Eso sí, el ambiente de las noches en el Lido no son ya de balneario, sino de geriátrico. El hotel Excelsior posee encanto pero en él se respira cierto ambiente de feria de muestras, con los cazadores de autógrafos paseándose entre pasquines de propaganda de cine turco. Que se sepa, tampoco hay en este festival lugares equivalentes a Antibes en Cannes, donde se rifan las auténticas bacanales. La Mostra posee un plúmbeo aire monacal desde que la dejó el vanguardista y megalómano Marco Müller hace cinco años, para irse a montar otros festivales, primero a Roma y ahora a China.

Día 1. La estrella es nuestro Luis Tosar. Lo reciben en la sala Perla como a un divo local, en la inauguración de Venice Days. Luego nos pasan una epatante película del creador de True Detective, Cary Fukunaga, sobre los niños soldado en África. Beasts of No Nation se llama esta incursión hasta el corazón de las tinieblas, donde el coronel Kurtz es un excelente Idris Elba. México avisa de que viene a este festival a dar otro golpe: Un monstruo de mil cabezas, de Rodrigo Plá, muestra las medidas extremas que una mujer es capaz de tomar cuando a su marido el seguro médico privado le ha tangado sus derechos. Ya saben cómo vende esa idea de México, Estado fallido.

Día 2. Como en cuatro días comienza el supermercado de Toronto, el grueso de la Armada norteamericana desembarca en Venecia estos primeros días. Si ayer fueron Josh Brolin o Emily Watson, los que nos aburren tanto en Everest, hoy es el turno de Mark Ruffalo o Stanley Tucci, dos de los hombres buenos de Spotlight, un canto a la deontología heroica de la profesión periodística. Tom McCarthy lo cuenta tan bien que nos creemos de nuevo lo de la democracia-Watergate. Ruffalo está colosal, seguro que lo veremos en los Oscar. El ruso Sokúrov presenta Francofonía, en la que se burla del mito de la Résistance, nos muestra a Alemania como un país que nunca ha ganado nada. Oiga, al fútbol, sí. Y reivindica a Napoleón, a la Rusia eterna, a la cultura como valor patriótico y universal de la France. No sabe bien que Wert ya ha tomado París.

Día 3. Sigue la pasarela de Hollywood. Hoy es el día Depp. Para mí, en su papel de gánster irlandés en Black Mass lo han disfrazado de Jim Carrey con los ojos de Paul Newman, pero dicen en Variety que le van a dar un Oscar. Donde sí hace papelón Depp es en la conferencia de prensa. Visiblemente incómodo, no acierta a balbucear nada coherente. Se ha pasado con los antidepresivos. También le echan la culpa a eso de su exceso de peso. Qué mundo globalizado éste donde cualquier gacetillero sabe si el mito hollywoodiense del día ha desayunado crispis o se ha pasado con el Rexer Flash. Me río mucho con Marguerite, donde el francés Xavier Giannoli nos muestra a la peor diva de ópera de la historia, la Ed Wood del bel canto.

Día 4. No soporto a Eddie Redmayne, reciente ganador de Oscar por su Stephen Hawking, viniendo a lucirse -es un decir- en el rol de la primera transexual quirúrgica, en la bien odiosa The Danish Girl. Alguien debería explicarle que también existen papeles de viajantes.

Día 5. El hábil Pablo Trapero presenta El Clan. Se ha forrado de plata con ella en Argentina (él y los Almodóvar) y viene aquí a por el oro, que acabará por llevarse. Pablo fue premio Cineuropa en el 2007. Le tengo ley. Tanta como a Martina Gusmán. Pese a cierta mala imagen que me trasladan colegas desde Argentina. ¿Será la envidia por el éxito, ese mal universal? Lo cierto es que el cine de Pablo me interesa cada día menos.

Día 6. Amos Gitai se despereza, tras años aletargado. En Rabin, The Last Day incrimina al actual premier Netanyahu en el clima que propició el asesinato de Rabin. ¿Se ha autoinmolado? ¿Le vetarán la entrada a su Israel? El domingo siguiente, en Madrid, ya finalizada la Mostra, un amigo común habla por teléfono, a mi lado, con Gitai, feliz de su protagonismo desde Tel-Aviv. Lo pierde su vanidad.

Día 7. Marco Bellocchio ofrece la película, no ya de este festival, sino seguramente de la temporada. Sangue del mio Sangue (en la foto) es como un cruce de Drácula y El Gatopardo, trufado de humor vitriólico y de lirismo. Bellocchio, medio siglo de maestro, no ha ganado nunca un festival grande. ¿Será capaz Alfonso Cuarón, capataz de un jurado de ilustres a los que domina de modo sorprendente, de negarle la gloria? No lo duden.

Día 8. Laurie Anderson nos habla del dolor, del bel morir, de la templanza, con la perra que fue de ella y de Lou Reed. Llega Desde allá, que aunque nominalmente venezolana tiene detrás a los jóvenes rugientes mexicanos Michel Franco, Gabriel Ripstein. Habla de un solitario onanista y de un ragazzo di vita. Huele a sexo y a triunfo contenidos.

Día 9. Celebramos el retorno, a pura leña, del gran Arturo Ripstein. La Calle de la amargura es obra colosal. Ahora ya sabemos que en San Sebastián le negaron la visa por rencores del pasado. Así es la vida. Pero Ripstein cabalga. Su película perdurará más allá del odio.

Día 10. Nos despedimos de la Mostra con un filme que es un delito del cual solo se salva la mirífica Valeria Golino. Esa noche abandonamos la reclusión del Lido. Ceno, como es tradicional, con los compañeros de campo. La manera en que bebemos, desaforada, demuestra que diez días en el Lido son pura insania. En Venecia, ya de madrugada, hay más ratas que humanos. Tendrían que poner semáforos para roedores. Pero para qué, si ni estas bestias, que parecen ternascos y circulan a la velocidad de la luz, ni mis amigos, ebrios y heridos del encierro monástico en el lager del Lido, iban a respetar a estas alturas de la película señal alguna.