Cuando Davis llegó a Ferrol, Miguel Piñeiro era un juvenil que pedía paso. Fue antes fan que compañero. «Sus duelos con Essie Hollis eran espectaculares y se picaban ya en el calentamiento. Tenía la complexión de Michael Jordan. Jugaba como Jordan antes de que se conociese a Jordan», explica. También había sido elegido por los Bulls, pero no llegó a la NBA. «Era desequilibrante como anotador puro en un baloncesto español diferente al de ahora, y los norteamericanos tenían más protagonismo aún», añade.
Tiene grabado un partido de la Copa Korac, que ilustra como asumía el mando: «Se jugó el tiro decisivo para ganar, pero lo falló, cogió el rebote, metió la canasta, recibió la falta y transformó el tiro adicional». El reverso de aquel instante de gloria fue su lesión en Santa Coloma ante el Licor 43, que precipitó su adiós. «Yo estaba en el banquillo. Freixenet le hizo una cama cuando saltó a por un rebote y Nate cayó con todo el peso sobre el hombro», añade Piñeiro, que destaca el valor humano de Davis: «Al terminar de entrenar no permitía que un juvenil cogiese solo el autobús de noche para volver a casa, sino que se ofrecía a llevarte para quedarse tranquilo de que no te pasaría nada».