«Soy muy larpeiro, pero donde se ponga un buen jamón que se quite lo demás»

beatriz antón FERROL / LA VOZ

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Pedro García Espasandín en su casa de A Cabana, donde pasa el confinamiento por el COVID-19
Pedro García Espasandín en su casa de A Cabana, donde pasa el confinamiento por el COVID-19 JOSÉ PARDO

Pedro García Espasandín dejó la vida militar por la pastelería y no se arrepiente. En Gascón lleva ya más de treinta años creando y reinventando dulces para alegrar el paladar de los ferrolanos

05 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Pedro García Espasandín (Ferrol, 1962) se suele levantar a las seis de la mañana, para estar como un clavo, media hora después, en el obrador de la pastelería Gascón de la carretera de Castilla. Con el confinamiento, de sus maestras manos ya no salen deliciosos cucuruchos de hojaldre ni exquisitos bombones, así que ahora puede dormir un poco más, aunque no tan a pierna suelta como a él le gustaría. «Con las preocupaciones no descansas igual. Esto nos pilló justo después de haber hecho una reforma importante en la confitería, y es una pena, porque tras las obras el negocio cogió impulso, pero ahora, con este latigazo, no sabemos qué pasará en el futuro», cuenta el repostero de la emblemática pastelería ferrolana.

Sin embargo, Pedro no pierde el ánimo e intenta sacar provecho del encierro en su casa de A Cabana, desde donde ve el mar y se mantiene ocupado haciendo ejercicio en su bicicleta estática, escuchando música o subiendo cada día una receta al facebook de la Escola Obradoiro Gascón, donde cuenta con una legión de fans y sus alumnos le dedican mensajes llenos de cariño.

Este hombre afable y simpático se emociona tanto al hablar de su profesión que nadie podría imaginar que lo suyo con los dulces no fue algo vocacional, sino un oficio que el destino le quiso servir en bandeja. Porque, antes de vestir la chaquetilla blanca, Pedro usaba uniforme militar. De joven, como no le gustaba estudiar, decidió alistarse en la Marina como voluntario. Pasó casi tres años en la ETEA de Vigo y otros tantos embarcado en el destructor Gravina, tiempo suficiente para darse cuenta de que aquello no era lo suyo. Y fue entonces cuando, recién casado con Rosina Rubio Río, la hija de José Rubio Gascón -el fundador de la confitería de la carretera de Castilla, abierta en el año 1964-, Pedro decidió probar suerte con los dulces.

«Yo no sabía si aquello era lo mío, pero estaba seguro de que la vida militar no me hacía feliz, así que decidí lanzarme a la piscina», rememora. Me cuenta que empezó «a lo bravo», porque por aquel entonces todavía no existía la Escola Obradoiro Gascón, aunque contó con un maestro excepcional. «Yo veía las tartas que hacía mi suegro, con aquellos pisos y aquellas formas, como algo inalcanzable, así que el día que fui capaz de hacer bien una tarta fue como si saltase una chispa en mi cabeza. Me sentí muy satisfecho y pensé que yo también podría llegar a ser un buen pastelero», recuerda.

En continua formación

Tras aprender la «base» de suegro, Pedro inició un camino de formación por escuelas de toda España, que todavía continúa a día de hoy. «¡Es que en este oficio no queda otro remedio! No vas a estar haciendo todos los días las mismas magdalenas y la misma tarta sacher de siempre. Si no te quieres quedar atrás, hay que probar nuevas técnicas», dice convencido.

De ese empeño por evolucionar y reinventar las recetas clásicas pueden dar buena cuenta sus alumnos de la Escola Gascón, donde Pedro da clases tanto a pasteleros profesionales como aficionados y por la que han desfilado reposteros de prestigio como Alberto Díaz, Lluís Costa, Abel Bravo o Josep María Ribé.

Pedro asegura que se siente feliz en el obrador y en la escuela, mientras Rosina se ocupa de la contabilidad, el escaparatismo y la atención a los clientes. «Formamos un tándem perfecto», dice con cariño hacia su mujer, a la que también piropea por sus dotes culinarias. «Cocina de cine, y a mí me encanta comer, así que en casa cuelgo el delantal y no hago nada», comenta entre risas.

Su especialidad son los bombones, aunque si le ponen una pistola en la cabeza y le dan a elegir entre dulce y salado, no lo duda y se queda con lo segundo: «Soy muy larpeiro, pero donde se ponga un buen jamón ibérico que se quite lo demás».