Campanas

José Picado DE GUARISNAIS

ARES

05 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Un vecino de Ares está molesto con el sonido de la campana de la iglesia de San José. Acaba de instalarse en su nuevo domicilio y ya denunció a la campana que lleva un siglo allí instalada. Sonando, marcando las horas, las celebraciones religiosas y los acontecimientos sobresalientes. Hasta ahora nadie, en generaciones, había manifestado disgusto porque las campanas hablasen. Será cosa de la hipersensibilidad de los —malos— tiempos que corren, de que se habrá puesto de moda atajar la contaminación acústica o de que al nuevo vecino le irritan las tradiciones. El alcalde de Ares no sale de su asombro y, por lo que dice en sus perfiles de Internet, no está dispuesto a permitir que la campana enmudezca.

En la parroquia de San Pedro de Leixa unos cuantos amigos de lo ajeno robaron la campana de su ermita. La bajaron de su espadaña, cosa nada fácil, y no dejaron ni el badajo. Obviamente a los cacos no les interesa la campana ni su historia ni su afinación. Sólo quieren el cobre que contiene y, muy probablemente, a estas horas ya estará fundido el bronce y separado el cobre del estaño, listo para su venta. Hay gente para todo.

El párroco de Dolores, en la ilustrada plaza de Amboage, está preocupado por lo contrario. Su campana no suena, su reloj no marca las horas y su caja de caudales no tiene dinero para arreglarlas. Ferrol, ya se sabe, es tierra de relojes, campanas, sirenas y cañonazos porque la tarea de medir los tiempos y señalar el orto, el mediodía y el ocaso es un asunto de la máxima gravedad y consideración. Hasta le pusimos al dique más impresionante de los construidos en su época el nombre de Dique de la Campana, por su vecindad con las de San Julián.

Las campanas suenan más bien poco. Marcan las horas si la maquinaria del reloj funciona. Convocan a los fieles religiosos pero también a los demás vecinos. Las tienen los bomberos y algunas escuelas. Están a bordo en los buques y todavía se prescriben en el Reglamento de Abordajes para indicar su presencia en medio de la niebla. Además las campanas sonaban cuando se avistaba un incendio, asomaba la peste o se acercaban piratas o enemigos, como aquellos ingleses que nos quisieron mangonear. Y nada más. Pero podrían repicar cuando el Racing gane un partido, cuando se apunten nuevos vecinos en el padrón de habitantes, cuando comience la construcción de un barco y cada vez que vengan peregrinos a hacer el Camino Inglés. También, cuando se haga fijo indefinido a un trabajador temporal, cuando se abra un centro de atención primaria y cada vez que el Concello arregle un tramo de calle y elimine sus baches. El repique, en este caso, debería ser el mismo que cuando se evidencia un milagro o toque el gordo de la lotería.