La duda del loco

Alexandre Lamas

FERROL

23 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Yo realicé mis prácticas, hace ya veinte años, en la unidad de agudos de un hospital. Lo que se solía llamar el pabellón psiquiátrico. Esa zona en la que las puertas solo se abren desde fuera. Muchas historias llamaron mi atención entonces, pero una ha perdurado en la memoria, no por ser la más llamativa, si no por ser, quizás, la más novelesca. Un lunes llegó un hombre que mandaban del juzgado. Era un tipo de unos cincuenta años, bajo, fuerte y de mirada turbia. El juzgado pedía que lo tuviesemos en observación durante unas semanas y determinar si el tipo estaba en sus cabales y debería ir a la cárcel o su lugar era un centro psiquiátrico. Un poco como Alguien voló sobre el nido del cuco, pero teniendo claro que los cucos no hacen nido y dejan sus huevos en nidos ajenos para que los críen madres extrañas. Vamos que los cucos se pasan de listos y querían saber si aquel hombre se estaba pasando de listo.

Desde que llegó decía cosas sin sentido, hablaba con personas que no estaban presentes y a veces se golpeaba a si mismo. Llevaba un par de días allí cuando me lo encontré sentado en un banco de un pasillo. Tenía los ojos cerrados y parecía que se había dormido mientras fumaba. La punta ardiente del cigarro estaba apoyada sobre su antebrazo desnudo y le había provocado una enorme llaga. No dijo nada y tuve que zarandearlo para que despertarse. Tienes que estar muy loco para querer parecer un loco de aquella manera. O tenerle mucho miedo a la cárcel. 

En la terapia de grupo también se dormía o se echaba a reír inesperadamente. Nunca comentaba nada. Caminaba con la mirada perdida. Cuando llevaba una semana allí, cometió el que sería su error fatal: había una mujer, una anciana (la recuerdo bien, tan delgada y vestida con un vestido de niña) que se estaba golpeando la cabeza contra la pared una y otra vez, haciendose daño. Daño de verdad. Aquel tipo estaba allí sentado junto a ella y no lo pudo evitar, miró alrrededor, se levantó, la sostuvo por el brazo y la llevó consigo al banco mientras trataba de calmarla. No recuerdo quién estaba espiando la escena, pero dijeron que esa no era la conducta de un loco. Así que acabo en la carcel.

Su compasión fue su perdición, pero todavía, a pesar de todos los años pasados, no he entendido que hace suponer que un loco no puede tener empatía. ¿Acaso no es la empatía, la real no la virtual, una locura en nuestro mundo? Cuando pienso en esta historia siempre se me viene a la cabeza este chiste: a un tipo se le sale la rueda del coche y tiene que para delante de un manicomio. Tiene una rueda de repuesto, pero no la puede poner porque no tiene las tuercas que se han perdido junto con la rueda. No sabe que hacer. Un loco, desde el otro lado de la valla del manicomio le dice “saca una tuerca de cada una de las otras ruedas, así llevarás todas las ruedas con tres tuercas y te aguantarán hasta que encuentres un taller”. El tipo le dice “¿Cómo alguien que piensa así puede estar encerrado en un manicomio?”. A lo que el loco responde: “Porque estoy aquí por loco, no por idiota”.