Mareas vivas

José Varela FAÍSCAS

FERROL

25 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Como teníamos el atrevimiento de la inocencia y vivíamos en la ignorancia de la enfermedad de Lyme, acolchamos con una gruesa capa de helechos el piso de césped bajo las tiendas de campaña. Las habíamos montado en las orillas de la desembocadura del río Castro, entre las playas de Almieiras y A Magdalena de Cabanas. Moría aquel verano de mediados de los sesenta y los boy scouts apurábamos cada fin de semana como si se agotase el calendario. Instalamos una pasarela de tres cabos entre los fresnos de la ribera para salvar el regato, y, con el esmero metódico de una legión romana, horadamos una letrina y asentamos una cocina. Los catorce o quince exploradores de las patrullas Halcón y Búfalo habíamos previsto todos los detalles de la expedición con la pormenorizada laboriosidad que se esperaba de unos devotos discípulos de Baden Powell. Todo discurría según lo imaginado hasta que a las cuatro de la madrugada nos sobresaltó el tintineo de las perolas, primero levemente y más tarde, agitado. Alguien subió la cremallera de la tienda para averiguar lo que pasaba y una ola de medio metro nos pasó por encima y nos revolcó en los helechos, mantas y sacos si los hubiera. Tan previsores, no habíamos contado con las mareas lagarteiras. Por fortuna, la anciana que vivía cerca escuchó el vocerío y, solícita, nos auxilió y encendió la lumbre en la lareira para que nos secásemos nosotros y la ropa empapada de agua salada. Ella y su hijo. Adonis, nos salvaron de un resfriado seguro. A media mañana plegamos los bártulos y embarcamos en el tren en Franza. Aún hoy, cuando se me pega el olor picante y alquitranoso del humo en la ropa, recuerdo la acampada de río Castro.