Las sardinas mejor escritas

José Picado ESCRIBANÍAS DE MAR

FERROL

11 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Julio Camba escribió en Puentes y puertos políticos (El Sol, 1919): «Galicia es una tierra de sardinas y de políticos». La frase es lapidaria, rotunda, definitiva. A los políticos, seres dotados para la palabrería sin sustancia, Camba les prestó mucha atención para tratar de entenderles. No sé si lo consiguió. A las sardinas sí, por supuesto, y lo plasmó en su pieza Las sardinas (La casa de Lúculo, 1929). Manjar canalla, poco fino y remilgado, la sardina era para Camba la esencia del mar. Un pescado pasional inspirador de locuras. «Si fuera el cajero de una sociedad sería capaz de fugarme con los fondos confiados a mi custodia nada más que para irme a un puerto y atracarme de sardinas». ¿Eso se haría por un festín de almejas, merluza o chocos en su tinta? Pues claro que no. Camba lo haría solo por las sardinas, especialmente las cogidas al xeito, arte que filtraba las muy pequeñas (tobilleras) y las muy grandes (jamonas), dejando en la red las de «edad y tamaño requeridos». Cuando venía a Vilanova de Arousa, su pueblo, acudía a la ceremonia del boticario Pepe Roig. Preparaba cachelos con unto y laurel al tiempo que hacía las brasas con carozos de maíz. El boticario colocaba la parrilla para que las sardinas se asaran «al romance», poco a poco y con el mínimo calor. Camba le explicó al mundo el algoritmo virtuoso para comer las sardinas: «para cada cachelo una sardina y para cada sardina un vaso de vino». Y así hasta no menos de una docena, cantidad necesaria para apreciar sus aromas y sabor.

A Josep Pla le gustaban las sardinas navegadas corriendo la costa de Cadaqués. Pasadas por el rescoldo, sin llamas, y después rociadas con aceite y vinagre. Las acompañaba con pan, abundante vino y una ensalada de pimiento, tomate y cebolla. Veinte o veinticinco por cabeza, para finalizar con café negro, fuerte, reforzado con aguardiente. Pla, mientras buscaba acomodo en la proa de la embarcación para echarse una siesta académica, pensaba que las sardinas de aquellas aguas «proporcionan a la sangre humana una radiante plenitud, una efusión trascendente». Álvaro Cunqueiro disertó en su artículo Sardinas asadas (Jano, 1973) sobre variadas formas de deleitarse con sardinas. Asadas sobre sarmientos de vid, salándolas con sal gruesa, acompañadas de cachelos y pan de brona, regadas con tragos largos y lentos de vino blanco frío. O bien revenidas después de 24 horas en salmuera, abiertas, descabezadas y limpias, aliñadas con aceite, vinagre y ajo picado muy fino. De cualquier forma, las sardinas, decía, pueden ser «algo de extrema calidad y perfección». Otra cosa era la digestión, el sabor «muy bueno pero de demasiado tiempo», y la cantidad de perfumes necesarios, decía Camba, para devolverle a las manos su estado purificado.