Generación

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

30 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Fui a mi pueblo al entierro de la madre de un amigo. Poco a poco, se nos han ido las madres y padres de todos, quedamos ya nosotros en primera fila para lo que venga. Coincidimos algunos del grupo de amigos que compartimos infancia y juventud en un pueblo pequeño. En el grupo también ha habido bajas, considerablemente diezmado ya, porque de cinco quedamos tres. El fallecimiento prematuro de los otros dos nos ha dejado un vacío y un gran desconcierto, pero ha fortalecido el afecto ya histórico. Y, tomando un café, hablamos del hoy, pero sobre todo del ayer, de ese pasado compartido y gozosamente disfrutado. Los tres nacidos a finales de la década de los 40, vivimos los primeros años en un tiempo complicado por muchas razones, entre ellas la precariedad de todo tipo que se sufrió en la década de los 50 y la escasez de aquello con lo que cualquier niño disfrutaría. Ni un dispendio ni caprichos improcedentes, todo era necesario en las casas para sacar adelante las familias. Pero nosotros éramos niños y disfrutábamos de lo que teníamos, sin echar de menos nada. Con la peseta para ir al cine los domingos, otra para comprar un cuento del Capitán Trueno, la pelota que siempre era la de Luis y dos o tres juegos colectivos, teníamos de sobra para no nos afectaran las penalidades de aquellos tiempos. Hasta el punto de que éramos conscientes de que íbamos perdiendo la inocencia de la infancia sin ganar nada a cambio.

Esa generación de gallegos y españoles nacidos en aquellos años, que ahora también empieza a irse, de alguna manera ha sido única, hoy casi una especie en peligro de extinción. Pasamos de la escuela nacional, con la pizarra, pizarrillo, lápiz y goma de borrar, a manejar ordenadores y smartphones y a hacer compras por internet. Teníamos tres meses de vacaciones y las disfrutábamos jugando todo el día en la calle. Pese a esa libertad de la que gozábamos, nunca se nos olvidó el respeto que debíamos a padres y abuelos, con los que muchos convivíamos, ni a los profesores y a las personas mayores. Eran valores asumidos por todos y que hoy tanto se echan de menos. Descubrimos la música, que fue lo primero que nos conectó con el mundo tan grande y lejano. Primero, a través de aquellos mágicos aparatos de radio que empezaron a entrar, poco a poco, en nuestras casas. Después la magia fue en aumento y llegaron los tocadiscos con los que vivimos la era del rock, de Elvis, de los Beatles, aunque nunca dejamos de emocionarnos con la música italiana que venía de San Remo, la preferida para aquellos guateques tan precarios como inocentes. Asistimos a la llegada del hombre a la luna con la misma admiración que a la instalación de agua corriente en las casas del pueblo… Los tres amigos seguimos anotando detalles menores y experiencias históricas vividas a lo largo del camino de la vida que nos trajo hasta hoy. Llegamos a la conclusión de que fue una generación con suerte. Hemos vivido una aceleración de la historia: en 70 años, acumulamos experiencias que antes necesitarían siglos para ser disfrutadas. Además, el acceso al mundo laboral nos fue fácil. Los que estudiamos una carrera no tuvimos mayor problema para encontrar trabajo. Y los que no, aprendían un oficio y, al acabar la mili, se dedicaban profesionalmente a él con la vida económica resuelta. Tuvimos hijos y los criamos lo mejor que pudimos. Nos queda la pena de que ellos, sorprendentemente, encuentran muchas más dificultades laborales, con menos autonomía e independencia. Algo habremos hecho mal.