Si alguien, en un lapso de desvarío, preguntase a quién beneficia la ampliación del hospital público Arquitecto Marcide, la respuesta de Perogrullo sería: a sus usuarios; esto es, a toda la comarca. Pasando por alto las sospechas de los resentidos y conspiranoicos pertinaces sobre inexistentes beneficios colaterales que hospedaría la contratación de obra pública en nuestro país con los que bregan tantos juzgados y que, Madre del Amor Hermoso, son casos muy aislados, tal vez la respuesta ya no sería la misma si el interrogante fuese ¿la manera más idónea de mejorar la asistencia sanitaria que reciben los ferrolanos es gastar el dinero de los contribuyentes en hormigón por muy meritorio que sea el diseño arquitectónico? A estas alturas, después de la extraordinaria prueba que supuso-supone la pandemia, todavía habrá quien sostenga que el problema a resolver con más urgencia en la asistencia sanitaria sea el número de salas de espera. Que no cuenten conmigo. Si a este asunto añadimos las reiteradas reclamaciones de la comunidad escolar respecto de la insuficiencia de las plantillas de docentes ?que desmienten con datos precisos el incontenible caudal de propaganda del bien engrasado aparato de la Xunta-, habrá que volver a los clásicos, a esos que los políticos posmodernos dicen que están trasnochados: la derecha tiene un serio problema con los servicios públicos. Y Feijoo hablándonos de rebajar impuestos (¿cuánto más a según quiénes?). Pareciera que para el síndrome del Gaiás que padecemos nos recetasen grageas en forma de ruedas de molino. Pero, visto que el diámetro de las tragaderas es el adecuado, la terapia dará el resultado esperado. Salud.