Los terribles barcos «negreros»

museo naval FERROL

FERROL

cedida

Funcionaron entre los siglos XVI y XIX como transporte de esclavos africanos. Son los secretos del Museo naval de Ferrol

25 may 2019 . Actualizado a las 18:51 h.

El origen de la esclavitud americana tiene su punto de partida tras el descubrimiento de América y la falta de mano de obra para trabajar sus campos. Los negros africanos eran apresados en sus propias aldeas de la forma más cruel posible y, a partir de entonces, comenzarían a vivir un verdadero infierno al ser embarcados en unos sucios e infectos «barcos negreros», pero lo peor estaba por venir y esta era la dura travesía y su posterior desembarco en puertos americanos. Estos barcos estaban destinados al transporte de esclavos de raza negra y estuvieron en servicio desde el siglo XVI hasta el XIX.

En estos barcos la crueldad superaba cualquier límite. La estrechez, el hambre, la sed y las enfermedades hicieron del viaje por mar una pesadilla que fue la tumba de muchos. De hecho, pese a que se escogía para esclavos a «hombres jóvenes y fuertes o negras jóvenes y con grandes pechos», según un negrero inglés, al menos el 25 % nunca llegaron a su destino.

Una vez a bordo, se les distribuía en espacios especialmente destinados para ellos. Eso sí, separados de las mujeres y los niños, concretamente los hombres ocupan la parte de proa del barco; las mujeres, iban en la parte de popa; y los niños al centro. La altura de estos espacios no permitían que se pusieran de pie, de esta forma, a lo largo de toda la travesía permanecían tumbados y herrados, pudiendo comparar el espacio que ocupaban con un ataúd.

En ocasiones, estaban obligados a viajar siempre sobre un lado, replegados sobre sí mismos, sin poder extender los pies. Mantener estas posturas tan incómodas durante tanto tiempo ocasionaba la aparición de úlceras en su cuerpo o desgarros ocasionados por los hierros de las cadenas. El sufrimiento era horrible: echados los unos sobre los otros, sofocados por el calor, sudorosos y apestados por su propio olor.

La alimentación de esta pobre gente a bordo se reducía a dos comidas, generalmente formadas por gachas de maíz, habas, mijo…

Para divertirse, los malvados negreros subían a cubierta a los esclavos para hacer la «danza de esclavos», obligándoles a saltar, bailar, y entre tanto, circulaba entre ellos un marinero repartiendo latigazos. Como permanecían encadenados, quedaban en carne viva sus muñecas y tobillos. También se les obligaba a bañarse o lavarse en barriles con agua de mar aumentando sus sufrimientos. Cuando estaban en cubierta, tenían alguna posibilidad de moverse, e incluso de hacer sus necesidades fisiológicas por la borda. Una vez que regresaban al lugar donde los encerraban, ya no podían salir de allí.

Ante situaciones tan terribles, muchos esclavos enloquecían o se suicidaban, negándose a comer. Para que no lo hicieran se utilizaba el «especulum oris», un aparato para abrirles la boca y meterles el alimento con un embudo. Se mandaba azotar a los que se negaban a comer u ordenaban que les quemaran los labios para que les sirviera de escarmiento.

En estas condiciones era normal la aparición de múltiples enfermedades, por un lado las típicamente europeas como: la viruela, sarampión, gonorrea, sífilis, tuberculosis; y por otro las africanas: fiebre amarilla, dengue, malaria, amebiosis, disentería, bacilar, lombriz africana, anquilostomiasis duodenal y, cómo no, el marinero escorbuto.

Los capitanes solían tirar al mar a los primeros enfermos, aunque el contagio era imposible de parar debido a las insalubres condiciones en las que se encontraban los barcos.

También los arrojaban por la borda si era preciso aligerar la carga, o si escaseaba el agua y los víveres.

Finalmente, en los últimos días de la travesía se mejoraba la ración de agua y comida para que los esclavos tuvieran mejor aspecto y alcanzaran mejor precio en las subastas.