Líderes en salud y otras cosas

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

03 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días nos hemos enterado por los periódicos de que España es el país más saludable del mundo: los campeones en salud, según un estudio internacional, encabezando la clasificación con 92,7 puntos sobre 100. En segundo lugar está Italia, pero el resto de países europeos quedan muy relegados respecto a nosotros. Somos, también, de los primeros en esperanza de vida, y se calcula que en el 2040 seremos también líderes en esto, con una media de 85,8 años, superando a Japón, actualmente los más longevos. Parece que los hábitos alimenticios (la dieta mediterránea y la atlántica), el sistema sanitario, el clima, la sociabilidad y la tendencia colectiva a la diversión son factores determinantes para ser el país con mejor salud del mundo.

En el fondo, no deja de ser una pena que las cosas buenas que tiene España nos las tengan que mostrar los extranjeros. Los españoles somos reacios a valorar nuestras virtudes y propensos a destacar nuestros defectos. Debe de ser algo genético. Y aún más: si algún compatriota famoso se atreve a proclamar en público algunas de las bondades de nuestro país, inmediatamente es acusado de aliarse con las fuerzas retrógradas, con el nacionalismo español más rancio.

Es lo que suele pasar, por ejemplo, con Rafa Nadal, cuando dice en Londres, París o Nueva York que no hay sanidad pública como la española, o que España es un gran país, con una democracia a la altura de cualquier otro de nuestro entorno. Y yo, que me apunto a la teoría de Nadal y de otros muchos españoles sensatos, echo de menos que, lo mismo que se inventan sistemas como este para evaluar los países más saludables, o se inventan técnicas para medir el índice de precios al consumo o el número de espectadores de un programa de televisión, no se haya inventado aún nada para medir el nivel de tontería en un país determinado.

Y podríamos empezar por España, sin ir más lejos. Seguro que estaríamos en los primeros puestos.

Pero como hasta el momento no hay nada al respecto, uno se guía por intuiciones, y tengo la impresión de que el nivel de tontería en España es alarmante. Ya Sabina avisó en una canción de la gran cantidad de «tontos por ciento» que nos rodea. Y una manera de darnos cuenta de lo tontos que somos es preguntarnos si en cualquier país civilizado sucederían las mismas cosas que aquí se aceptan como normales. Uno aún recuerda con bochorno cómo hubo un tiempo muy cercano en que algunos concejales de derechas, algunos periodistas y profesores tenían que salir a la calle con escoltas, mientras que quienes los amenazaban de muerte paseaban tranquilamente a su lado a cara descubierta. ¿En qué país normal se toleraría esto? Y todos sabemos que esto ocurrió hasta no hace tantos años… Pero es que siguen pasando hoy en nuestra vida pública casos que ponen a prueba nuestro nivel de tontería, que ya raya con la imbecilidad. Estamos asistiendo al juicio de los independentistas catalanes y viendo cómo todos a una sostienen que la democracia (el derecho a votar) está por encima del Estado de Derecho.

Dentro del enorme dislate que esta teoría supone, puedo entender que unos señores que han hecho del nacionalismo una religión se lo crean y se confundan. Pero que este posicionamiento sea apoyado por políticos de pensamiento progresista y visión internacional, que han sido elegidos para ayudar al progreso del país y a la buena convivencia entre sus ciudadanos, no me entra en la cabeza.