Este momento

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

23 feb 2019 . Actualizado a las 00:01 h.

Estamos de acuerdo, por supuesto, en que no se puede -o no se debe- generalizar. Pero seguramente tampoco nos alejaremos mucho de la verdad si admitimos que, antes o después, a casi todos nos llega en la vida ese momento en el que por fin nos damos cuenta de que lo que nos decían, cuando nosotros éramos jóvenes, aquellos que entonces nos parecían tan viejos (sí, precisamente esos que ahora, por desgracia, ya no están entre nosotros: cada uno tendrá guardado en el corazón sus propios ejemplos), era cierto; y de que bastante más nos habría valido seguir sus consejos. El mundo es mundo desde el fondo de las edades, aunque no cabe duda de que la tecnología ha ido creando, siglo tras siglo, cosas nuevas, ni de que otro tanto ha sucedido, asimismo, con el arte. En el mismo sentido, la ciencia ha evolucionado sin parar. También el pensamiento. Pero lo fundamental, que es lo que nos permite caminar juntos, no ha variado. Y se basa en el principio de que la única manera de habitar el mundo que de verdad vale la pena es intentar mejorar la vida de los demás. Al menos, la vida de la gente que te rodea. Si me permiten el comentario, a lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer a personas muy valiosas. Por razones obvias, no mencionaré a las que siguen entre nosotros, y menos aún a las de mi sangre. Pero les confesaré que, además de a mis propios muertos, echo mucho de menos a Enrique Cal Pardo, a Carmiña Cunqueiro, a Carlos Casares, a Manolo Mejuto, a Koldo Chamorro de Aranzadi, a Kristina Berg, a José María López Ramón, a Mario Couceiro, a Eduardo Santalla y a tantos otros cuyo solo nombre ya me conmueve. Su generosidad, como la de quien me enseñó a leer y a escribir en aquella pequeña escuela de Sillobre a la que yo acudía de niño, y en la que siempre olía a manzanas, era, créanme, inmensa.