La hora de las personas

José Picado FERROL

FERROL

09 sep 2018 . Actualizado a las 11:41 h.

El cambio horario que nos produjo auténticos quebraderos de cabeza a los españoles fue el publicado en el BOE del 8 de marzo de 1940. España, como otros países europeos, cambió su hora a la de Europa Central para acompasarla con la de Alemania. Había estallado la Segunda Guerra Mundial y por razones puramente logísticas y de modo totalmente provisional, nuestro país abandonó su huso horario (GMT+0, horario de Greenwich: Inglaterra, Irlanda, Portugal y nuestras islas Canarias) adelantando el reloj una hora. En el texto del decreto se insistía en que se trataba de un cambio transitorio y que «oportunamente se señalará la fecha en que haya de restablecerse la hora normal» (sic). La hora normal, la nuestra, la que nos corresponde por arco de meridiano, no la volvimos a recuperar, como es obvio. Seguimos instalados en la hora de Europa Central cuando deberíamos, normalmente, volver a nuestra hora de Europa Occidental. 

Antes de esta arbitrariedad, ya desde principios de siglo, se habían producido en nuestro país cambios en los horarios verano-invierno. El primero de ellos en 1918, por escasez de carbón y necesidad de ahorrar energía. Los años siguientes se produjeron cambios horarios, incluyendo los gobiernos de las repúblicas e incluso durante la Guerra Civil. Pero siempre se volvía al horario normal, legal, oficial, que era el fijado por el meridiano de Greenwich. Así se había hecho desde 1901, fecha de su adopción original, consecuencia de los acuerdos producidos a mediados del siglo XIX en la Conferencia Internacional del Meridiano.

En 1974, con la crisis del petróleo, comenzaron a regularse los cambios verano-invierno de manera sincronizada en toda la Unión Europea. La historia reciente es conocida: todos los años se produce el adelanto de una hora para el verano (GMT + 2) y el retraso en octubre para el invierno (GMT + 1). Los resultados de estos cambios se pueden resumir en: 1) el ahorro económico y energético es prácticamente despreciable, y 2) se producen más trastornos de salud, en los hábitos de vida, problemas de concentración, insomnio, absentismo laboral, rendimiento escolar, menor productividad en el trabajo y un larguísimo etcétera. Por eso los ciudadanos europeos se han posicionado mayoritariamente -más de un 80 %- en contra de seguir cambiando los relojes dos veces al año. Algunos parlamentos nacionales, entre ellos el español, tendrán que decidir cual será su hora oficial. Es el momento de pensar en el bienestar de las personas, en la racionalización de los horarios alrededor del día, de acompasar nuestras costumbres con la luz del sol. De recuperar nuestro huso horario con Inglaterra, Portugal y Canarias, el de un país del occidente de Europa.