Preocupaciones

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

12 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de esos días pasados, de calor descontrolado, que sufrimos hace una semana, encontré un hábitat casi perfecto en la cafetería donde acostumbro a tomar el café de media mañana. No había nadie en el local, pues la clientela había optado por el falso fresco de la terraza. Un silencio acogedor presidía el ambiente, lo que me produjo una sensación inesperadamente agradable. En un país como el nuestro, envuelto en ruidos y estridencias desde el amanecer hasta altas horas de la madrugada, como ocurre especialmente en verano, el silencio ha perdido su prestigio, igual que la voz baja y la palabra tranquila, suplantadas ambas por el ruido y el grito desaforado. No hay más que entrar en cualquier cafetería, restaurante o lugar público: más que hablar, gritamos como energúmenos. Pasan los años, se suceden las generaciones, y no somos capaces de aprender algo tan sencillo como hablar en voz baja, sin molestar a quienes nos rodean. Se enseña en las escuelas, también en algunas familias, pero aquí nadie hace caso a esta norma básica de educación. Norma que respetan, por ejemplo, nuestros vecinos los portugueses, que en civismo nos dan unas cuantas vueltas, por no hablar de otros europeos, como los suizos, donde hasta los niños lloran o ríen en voz baja.

Pero esa sensación de tranquilidad se me diluyó como el azucarillo en la taza de café cuando abrí el periódico y me encontré con un reportaje que me sumió en una especie de amargura histórica al comprobar, una vez más, que en nuestro país muchos viejos y graves problemas se han hecho definitivamente crónicos, sin que nadie quiera afrontarlos para resolverlos. El reportaje en cuestión hacía un detallado relato de los nuevos cargos que el Gobierno de Pedro Sánchez había designado para puestos de relevancia, en la mayoría de los casos sin más criterio meritorio que el dedo de la amistad o el deseo de pagar favores. En total, quince nombres, la mayoría relacionados con la anterior Ejecutiva del Partido en el Gobierno, con unos sueldos disparatados, y con curiosidades tan esperpénticas como que un señor que no tuvo nunca ninguna relación con el Turismo sea el presidente de Paradores de España…

Está visto que no importa la competencia de los profesionales en la materia, sino ser amigo de los que mandan en ese momento. Y aquí está lo realmente grave: este baile de personas en cargos de libre designación -que alcanza la cifra de seis mil- se produce cada vez que cambia el color del Gobierno. No es sólo un pecado del actual, sino que esto viene sucediéndose impunemente, sin ningún recato ni pudor, desde hace muchos años, demasiados como para no sentir vergüenza. Ya Pérez Galdós, un novelista que tenía el olfato de un sismógrafo, denunció en alguna de sus novelas cómo después de la Restauración, cuando, bianualmente se alternaban conservadores y liberales en el Poder, cada nuevo Gobierno cesaba a los funcionarios anteriores para poner a sus afines. Un mal endémico, pues, que parece ya incorporado al ADN de los españoles y que, como ya dije, afecta a derecha e izquierda. Pero esto no puede ser, hay que erradicarlo: los tiempos son otros y la sociedad española se merece un respeto. Los partidos políticos, imprescindibles en un sistema democrático, deben estar por encima de estas miserias de enchufismos. En especial, por respeto a sí mismos y a la ética democrática, porque tales prebendas resultan paletas y hasta groseras.