Mofetas

José Varela FAÍSCAS

FERROL

21 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Como en el cuento de Monterroso, al despertar, el olor persistía. Había zozobrado en una noche toledana pero el sueño permanecía vívido aun sensorialmente. Psicólogo de silveira, recobró el hilo de la disparatada trama en busca de anclajes, pero nada se afirmaba en la consciencia. En la zarabanda mental nocturna había asistido a la irrupción de una legión de mofetas con apariencia humana (corbata, bípedas, cabellera bien rasurada, traje sastre, y risa un tanto nasal). Las delataba su rastro oloroso apreciable bajo el perfume de boutique. Primero fue una fragancia leve pero desagradable y duradera. Como no se disipaba, cada movimiento de las mofetas con apariencia humana le añadía matices e intensidad al aroma. La legión de mefítidos había colonizado un partido político, de modo que pululaban por doquier: el encontronazo era inevitable. Así, el pestazo se fue extendiendo. Primero, ocupó los espacios públicos y empapó la indumentaria, más tarde se infiltró en el algodón de las toallas y la ropa interior, en el hilo de los manteles y servilletas, en la lana de los gabanes, en los acrílicos de las cortinas y alfombras; hasta las paredes se impregnaron de su pringosa fetidez. Todo el país acabó invadido por un aire hediondo que, salvo a los conmilitones de las mofetas con apariencia humana (tal vez por saturación de sus pituitarias, tal vez por gozar de un antídoto en forma de canonjía) se hacía irrespirable. Los compadres de las mofetas con apariencia humana, para asegurarse la regalía, emprendieron una campaña para persuadirnos de que el tufo provenía del cambio climático, que era natural. En ello están, y completan su prédica con lecciones de moral.