El último «filandón»

JOSÉ ANTONIO PONTE FAR VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

01 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Villafranca del Bierzo nació al calor de las historias de peregrinos que se dirigían a Santiago. Las piedras medievales de sus viejos palacios, del castillo que preside la población, de las iglesias en las que se rezó en tantas lenguas distintas fueron levantadas palmo a palmo por las palabras con las que los caminantes enhebraron allí cuentos e historias de otros tiempos y de otras tierras. Villafranca, la puerta que comunica El Bierzo con Galicia, es un pueblo que se reconoce en el relato oral, en el gusto por contar, también en el placer de escuchar. Por eso no es extraño que la Asociación Española de Críticos Literarios escogiese el lugar como sede para un Congreso Internacional sobre el «Cuento en la literatura española actual». Y hay un motivo más para que fuese la sede de este importante encuentro: en Villafranca nació Antonio Pereira, uno de los mejores autores de cuentos literarios que hubo en España. Muchos de ellos se desarrollaban en su pueblo, fácilmente reconocible, lo mismo que las gentes que los protagonizan. Son relatos de una sencillez dificilísima de lograr. Nunca una palabra de más, pero nunca un adjetivo de menos. Leyendo a Pereira uno tiene la sensación de que el autor nos está hablando con su voz cálida, tal es la sensación de proximidad. En realidad, su estilo narrativo no es más que el reflejo de la sencillez de su persona. Estos dos aspectos se detectan en la mayoría de sus relatos. Sirva de ejemplo este: el autor viene de recoger en el Ayuntamiento el título de Hijo Predilecto del pueblo y, cruzando el puente sobre el río crecido que lleva a su barrio, acompañado de unos amigos, se le ocurre pensar que si una ráfaga de viento los arrojase a todos al agua, los bomberos y demás servicios municipales seguramente intentarían rescatarlo primero a él, el Predilecto. Parece injusto, reflexiona, pero harían muy bien, porque de todo el barrio fue el único que nunca aprendió a nadar…

En el Congreso al que me estoy refiriendo, con ponentes de prestigio internacional, hubo un apartado para algo que difícilmente se volverá a repetir porque es una modalidad del relato oral en vías de extinción y porque quienes lo protagonizaron, por edad y ocupaciones, no volverán a coincidir fácilmente. Al caer la tarde del sábado, tres reconocidos escritores leoneses -Luis Mateo Díez, José Mª Merino y Pedro Aparicio- escenificaron un filandón, como un homenaje especial a Pereira, también un verdadero maestro en el arte de la narración oral.

El filandón era la reunión de vecinos en casa de uno de ellos, en los valles mineros de León, en aquellas noches oscuras y nevadas de invierno, que son las más propicias para sentir la profunda soledad del campo. Quizá para combatirla, esta costumbre fue arraigando en la cultura popular, y para los niños era una pequeña fiesta dentro de la monotonía de los días invernales sin escuela. Allí, alrededor del fuego, los mayores contaban historias de la vida, de vivos y muertos, de penas y alegrías, pero siempre con el tono y el ritmo propio del buen narrador oral, que se aprendía sin esfuerzo. Por eso, los tres narradores del último “filandón” de Villafranca coincidían en que tenían la sensación de haber vivido su infancia en la Edad Media, por la atmósfera de aquellas costumbres y recuerdos.

Y hoy, más que nunca, siguen echando de menos aquel ambiente de confianza y buena vecindad.