Teatralidad

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

24 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ea mayoría de los españoles vivimos estos días con preocupación los desencuentros entre los partidos políticos más votados y que van a impedir la formación de un Gobierno con sólido respaldo en el Congreso. El día de la constitución de las nuevas Cortes hubo tanto espectáculo gratuito que tampoco ha ayudado en nada a que empezásemos a ver la situación con cierta naturalidad: mucha gente joven, con vestimenta, aspecto y modos de proceder distintos a lo que estábamos acostumbrados. Pero hay que entender que estamos ante una generación que nació sabiendo moverse ante los medios de comunicación, especialmente ante las cámaras de televisión; que conocen el valor de una fotografía en la portada de los periódicos, y que dominan a la perfección el lenguaje escueto, pero eficaz, de las redes sociales. Por eso interesa, y mucho, que aparezca una madre amamantando un bebé, un líder, enardecido, con el puño en alto dirigiéndose a sus seguidores o, unos minutos después, secándose las lágrimas, emocionado, por verse dentro del Congreso rodeado de sus fieles, sin necesidad de asaltarlo por la fuerza. Para la mayoría de esta generación de treintañeros la vida política tiene una dimensión teatral, basada en actos y gestos que ayuden a convencer y a propagar lo que piensan y predican. Así creo yo que hay que entender su comportamiento, con el que se puede estar más o menos de acuerdo, pero no por eso hay que descalificarlos de antemano. Su aceptación o su rechazo tendrán que deberse a razones de más enjundia.

Oyendo estos días a los tertulianos -casi todos entrados ya en años- que inundan las distintas cadenas de radio y televisión, da la impresión de que, de repente, aquí nos hemos olvidado de que una de las notas distintivas de la juventud era la rebeldía. Hubo un tiempo no tan lejano en que eran rebeldes los hijos en casa, los obreros en las fábricas, los estudiantes en las aulas y los curas jóvenes en los púlpitos. Además de ser un síntoma de ardor juvenil, se tenía también una conciencia colectiva de que la sociedad era esencialmente injusta y que, por lo tanto, había que cambiarla. Cada uno, en algún momento de su juventud, tenía casi la obligación de quebrantar, de alguna manera, el orden constituido para alcanzar otro más justo. Correr delante de los grises, militar en células políticas clandestinas, cantar Al vent o Venceremos nós eran formas de subversión muy originales para mostrar el desacuerdo frontal con aquella sociedad, y, de paso, una manera contundente de alarmar a los padres. No todos teníamos la radicalidad de Van Gogh, que no dudó en cortarse una oreja para mostrar su confrontación con lo que estaba viviendo y su total rebeldía ante aquello?

No hay, pues, que juzgar a los jóvenes que han irrumpido en la vida política española solo por sus representaciones escénicas en público. Hay que esperar a ver sus hechos y cómo asumen sus responsabilidades. En España tenemos, además, un ejemplo no tan lejano que puede ayudar a entender toda esta teatralidad: cuando Felipe González llegó al Gobierno, apoyado por más de diez millones de votos, los mayores se rasgaron las vestiduras y auguraron lo peor para un país gobernado por marxistas... El tiempo y la madurez de aquellos jóvenes socialistas del 82 acabaron asentándolos y convirtiéndolos en pilares fundamentales para la modernidad de este país.