Centenares de personas siguen acercándose a la costa de Picón, en Ortigueira, para cumplir con el ritual del «selfie» o el retrato grupal, a veces tras largas esperas
05 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.«¡Menudo fin de semana de overbooking!», comentaba alguien el domingo a través de Facebook, después de hacer cola para sentarse en «el mejor banco del mundo», el asiento de madera que el mecánico de Loiba Rafael Prieto colocó, hace unos ocho años, en Furnas, en el municipio de Ortigueira. Todos quieren inmortalizar el instante en el que, «¡por fin!», logran repantigarse observando la costa. Poco importa que, al atardecer, se haya nublado, y el horizonte neblinoso oculte Cariño o el cabo Ortegal. Algún extraño poder mueve a centenares de personas que, en cada jornada festiva, como durante el pasado puente, se dirigen a la aldea de Picón para cumplir con el ritual del selfie o el retrato grupal, levantando los brazos, girando el torso o besándose acurrucados tras el respaldo. Quien busque intimidad ha elegido el destino equivocado. «Antes sí que era bonito este sitio», proclaman los afortunados que descubrieron este rincón del litoral de Ortigueira en otros tiempos, antes de que estallara la gran invasión.
¿Cómo controlar la avalancha en un espacio protegido? Al Concello ortegano, ahora gobernado por los socialistas, el banco de Loiba -una de las imágenes de la campaña promocional de otoño de la Axencia Turismo de Galicia- amenaza con provocarle más de un dolor de cabeza. El gobierno local pretende habilitar un aparcamiento en las inmediaciones de Picón para atender la demanda, parece que imparable, aprovechando terrenos municipales o propiciando alguna iniciativa privada que, además de facilitar el estacionamiento, pueda prestar algún tipo de servicio turístico. El alcalde, Juan Penabad Muras, asegura que ya lo ha comentado con Costas y que «o ven ben». Teme que se reproduzca el fenómeno de la playa de As Catedrais, pero no tiene claro cómo prevenirlo. En la aldea de Picón se oyen voces críticas. Los vecinos quieren entrar y salir de sus casas y garajes sin toparse con coches bloqueando el paso, y acceder a las huertas con el pascualín sin que un autocar se lo impida. Ni siquiera hay señalización (más allá de dos rótulos de madera), una queja compartida por turistas y lugareños.
Hosteleros de Ortegal y Viveiro celebran que un simple banco funcione de señuelo para atraer visitantes. «Es un reclamo, todos preguntan, así vienen y nos conocen», aplauden. ¿Y los riesgos de esta llegada masiva de gente, que no dudan en asomarse al borde del acantilado? ¿Y el impacto medioambiental en un entorno de especial protección? No solo los detractores del banco se plantean estas cuestiones. Hasta los partidarios más fervorosos rechazan que los motores les perturben a menos de diez metros del famoso asiento (antes de cerrar el pequeño recinto con piedras, algunos no dudaban en virar y derrapar junto al respaldo). Sorprende que aún quede quien promocione el banco de Loiba (uno de tantos en este tramo de costa) como un entorno solitario, donde se respiran paz y sosiego. «Pero se a este ritmo imos ter que sacar tique, coma na carnicería», ironizan otros.