07 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy con un libro de poemas entre manos y me cuesta escribir sobre otra cosa que no tenga que ver con los versos de esta antología que ahora saco a la luz. Sus páginas tienen una fuerza lírica que atrae la atención aun de quien los hojee distraídamente. Cómo va uno a pasar la hoja si se encuentra con versos como estos: «Que por mayo era por mayo,/cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor», del Romancero Viejo; o con esta reflexión eternamente vigente del sabio Fr. Luis de León: «¡Qué descansada vida/ la del que huye el mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido»; o esta delicadeza de Rubén Darío: «Margarita está linda la mar,/ y el viento/ lleva esencia sutil de azahar»; o este rotundo retrato socio-geográfico, de Manuel María: «A Terra Cha somentes é:/ un pobo aquí, outro acolá,/ mil arbres, monte raso,/ un ceo chumbo e tráxico/ no que andan as aves a voar./ O resto é soedá». Como pueden comprobar, no resulta fácil pasar a la realidad prosaica del artículo, pues estamos ante poemas que son referentes de lo mejor de la poesía castellana, gallega e hispanoamericana.

Y ahora que esta antología es ya una realidad, me acuerdo con nostalgia de otro libro de poesía que yo leí con enorme afán e interés en mi adolescencia. Se trataba de Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana, selección hecha por Menéndez Pelayo, que descubrí en la pequeña biblioteca del Casino de mi pueblo. Como no era socio, yo no podía entrar, salvo que lo hiciese con un familiar que lo fuera. Y aprovechaba cuando mi primo Miguel iba a jugar la partida, después de comer, para entrar con él y sentarme a leer el libro en la soledad de aquel pequeño cuarto. Aquello era un festín que yo disfrutaba poema a poema, verso a verso, palabra a palabra. Allí leí por primera vez los Romances del Conde Arnaldos, de Doña Alda, de Abenámar; el precioso Madrigal de Gutierre de Cetina; a fray Luis, a Lope de Vega, a Quevedo, a Campoamor, etc. Aunque la selección acababa en Bécquer (don Marcelino no quiso problemas con sus contemporáneos), a mí me parecía que toda la literatura y toda la belleza poética estaban incluidas en ese libro. Ojalá el mío resultase algo así.

La poesía, además de degustarla y disfrutarla interiormente -porque expresa sentimientos y reflexiones subjetivas del autor- puede incluso servir para quedar bien o mal en público. Como le pasó a Jorge Verstrynge y a Adolfo Suárez en un debate parlamentario. Fue por el año 1986, con Suárez en el CDS y Verstrynge en Alianza Popular. Este, al final de una intervención muy dura contra el líder del CDS, termina diciéndole que nota en Adolfo un interés especial en querer aproximarse a AP, y remata con esta perla «¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras...», que como debe usted saber, por ser de Ávila, es el primer verso de un soneto de Santa Teresa de Jesús». Mientras Verstrynge bajaba de la tribuna de oradores, alguien le dice algo al oído a Suárez, y este, ya desde el asiento, responde al de AP: «Como no sólo conozco muy bien la obra de Santa Teresa, sino también la de otros poetas, le informo que ese soneto es de Lope de Vega». Y Suárez empezó a parecernos también Menéndez Pelayo...