Que en una desierta playa invernal haya algas o madera de deriva es lo habitual. Lo suyo. Que la recorra una estrepitosa excavadora, no. Pues la excavadora -o excavadoras- la tiene usted en A Frouxeira a estas alturas del año como un reloj. Puntual. No falla.
Es cierto que en esta ocasión no ha habido (de momento) desbordes que afectasen a los vecinos. Es cierto que las medidas se han anticipado a las inundaciones. Pero no es sin tiempo. Han sido necesarios en los últimos años muchos desmanes, chapuzas y escenas dantescas para que se tomase la sabia decisión de actuar de manera preventiva.
Pero ojo. El problema de la laguna valdoviñesa se ha cerrado en falso. Que esas excavadoras no vayan, al final, a convertirse en una costumbre. La lámina de agua siempre se ha regulado sola o, como mucho, con una ayudita del vecindario más próximo. Sin grandes artefactos.
Y si ahora, de forma cíclica, hay que recurrir a otros modos estrambóticos para su vaciado es que las cosas se han hecho mal. Es que se ha intervenido de forma agresiva, y mucho, en ese paraje. Y las consecuencias son claras.
¿Soluciones? Se cacarean planes, proyectos de la administración, estudios, planteamientos de obras grotescas... Pero, al final, siempre está la excavadora. Amarilla. De dientes acerados. Fríos. Completamente fuera de lugar.
A Frouxeira. Pasen y vean. Mientras se pueda, claro. No vaya a ser que de tanto quererla, de tanto mejorarla, de tanto mimarla vayan a acabar ahogándola.