Televisión

Miguel Salas

FERROL

25 ago 2010 . Actualizado a las 11:38 h.

Querido Roi: de año en año, los países se transforman. Son cambios, cierto, sutiles, imperceptibles para quienes viven siempre en el mismo lugar, pero hacen que el emigrante que vuelve sienta en sus carnes aquella máxima de Héraclito que decía que nadie se baña dos veces en el mismo río. España es la misma que cuando me fui, pero, de algún modo, no lo es. Como la nave Argo. Cuando Jasón y los suyos volvieron a puerto, después de mil peripecias, habían sustituido todas y cada una de las tablas del barco que zarpó, pero éste seguía siendo Argo en su esencia. Cuando me fui de aquí, hace siete años, la programación televisiva era, por ejemplo, diferente. Siguen los programas del corazón y los telediarios sensacionalistas, pero han ocurrido cosas impensables entonces. Sin ir más lejos, el marujismo avergonzado y esnob de Ana Rosa ha vencido a la militancia de María Teresa Campos. Quién iba a decir que las marujas celtíberas, de recia casta guerrera, prefieren permanecer dentro del armario, jugando a ser princesas, criticonas de boca de piñón.

Además, en la parrilla han irrumpido con fuerza los programas de romper cosas. Son americanos, y en ellos unos señores gordos y tatuados realizan pruebas como la que, estupefacto, contemplé el otro día: pretendían descubrir si un camión puede continuar rodando después de embestir tres coches, pasar por encima de dos barreras de pinchos y estamparse, finalmente, en un muro de cemento. Apocalíptico. Lo peor es que estas cosas no las veo en casa, sino en los bares, pues (otra costumbre nueva) el auge de la pantalla plana ha hecho realidad el sueño de tantos: que en cada cafetería haya una tele, inmensa, a todo trapo.

Donde antes había gente leyendo, charlando o jugando al dominó, hay ahora una banda de zombis pendientes de cuanta dinamita hace falta para volar un poste de teléfono. Espero que tan bárbara moda no llegue a las beatíficas casas de té taiwanesas, con su estanque, sus carpas y sus camareras, siempre silenciosas como sombras.