Recetas para una vida muy dulce

TEXTO Beatriz Antón FOTO César Toimil

FERROL

Manuel, Rosa María y Carolina tienen un oficio de lo más gratificante. Con azúcar, chocolate y mucho arte, venden pedacitos de felicidad a los ferrolanos

24 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Encontrar en la ciudad a alguien que no conozca los famosos helados de Ramos es poco menos que una misión imposible. Pero lo que tal vez muchos no sepan es que este negocio tan dulce, y tan ferrolano, no tuvo sus orígenes en la urbe naval, sino en Palencia. Allí abrió la primera confitería Ramos, a finales del siglo diecinueve, un pastelero de nombre Jacinto. Algo más tarde, este maestro de los dulces trasladó el negocio a Cantabria y, ya a mediados de los años 40, su hijo Bernardino se trasladó a Galicia para montar su propia tienda en Ferrol.

La historia sale de boca de Manuel Seijoso y Rosa María Ramos, yerno e hija de Bernardino, quienes comandaron el negocio durante los últimos 35 años. Por raro que parezca, cuando se casaron, a ninguno de los dos se les pasó jamás por la cabeza dedicarse al mundo de los dulces.

Por aquel entonces, Seijoso se ganaba el pan como marino mercante, mientras que Rosa María trabajaba como profesora. ¿Qué pasó entonces para que decidieran cambiar el rumbo de sus vidas? «Pues lo que pasó es que mi padre no dejaba de bombardearnos y al final consiguió convencernos y eso que yo siempre dije que no quería saber nada de la confitería», explica Rosa María.

El primero en incorporarse al negocio fue Manolo. A mediados de los años 70 se lió la manta a la cabeza y abandonó los barcos para meterse en el obrador. «Cambié una grasa por otra, y aunque al principio fue muy duro, porque no tenía ni idea, con la ayuda de Bernardino y muchos libros terminé por aprender el oficio», explica echando la vista atrás.

Rosa María siguió sus pasos en 1980, coincidiendo con la apertura de la pastelería de la calle Galiano, y desde el primer día se encargó de trabajar de cara al público «y de cara a lo que hiciera falta». «Lo mismo estaba tras el mostrador que montando un escaparate o resolviendo el papeleo», apunta la hija del fundador.

Ahora que los dos están ya jubilados, su hija Carolina ha tomado las riendas del negocio. Al escucharla hablar, se nota que le sobran ganas e ilusión, y aunque procede de un sector totalmente diferente (tras estudiar Turismo, trabajó para una inmobiliaria en Portugal), asegura que el reto no le asusta. «Mis padres también empezaron de cero, sin ninguna experiencia, y a pesar de ello consiguieron mantener el prestigio de la pastelería y hacer de ella uno de los negocios más longevos de la ciudad», dice orgullosa.

Carolina cuenta que tiene muchos proyectos, pero al mismo tiempo es consciente de que «hay que ir poco a poco», porque en Ferrol los cambios «no siempre se aceptan bien». Por lo de pronto, dentro de dos meses tiene previsto abrir una nueva pastelería Ramos en el barrio de Ultramar. Y en el futuro, además, le gustaría inaugurar una sección gourmet, «con productos de alta confitería», en sus tiendas

Sus padres confían mucho en ella: alaban su imaginación, su empuje, sus ganas de innovar. Pero también le piden que mantenga los pies en la tierra. «Me dicen que tengan cabeciña, mucha cabeciña», apunta ella sonriente.

A Carolina le queda mucho trabajo por delante, pero conoce la receta del éxito: seguir ofreciendo a los ferrolanos las larpeiradas que más les gustan -como las milhojas de merengue y los helados de fresa y nata-, y sobre todo, nada de «polvos mágicos». «La materia prima que utilizamos en Ramos es siempre de primerísima calidad», asegura Rosa María.