El chico de ayer

FERROL

13 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Hace mucho tiempo que era el chico de ayer. Huesos y un soplo de espíritu. Frágil andamiaje apuntalado por un puñado de acordes. Una vela consumiéndose sobre el escenario. El aliento imprescindible para cantar. Un agónico rayo de luz que se cuela por entre los escombros. Puro alcohol de quemar. Mercancía peligrosa, altamente inflamable. La incógnita aún por despejar. Con los ojos perdidos en un horizonte interior y lejano, quizás oteando los infinitos campos de sus versos o ese mar entre bandeja de plata e infernal. Con monstruos del pasado y del presente mordiéndole el alma y royéndole el físico. Con un susurro de dolor escapándose entre los dientes a la vuelta de cada estribillo. Rodeado de miles, pero abrazado a la soledad y agarrado sin remedio a María . Buscando un recuerdo en los cajones de cada concierto.

Poeta de lo dulce y amargo, impulsado y arrastrado por la ola de aquella movida madrileña, cuando muchos se creyeron reyes y acabaron como mendigos de sí mismos. Años y años repartiendo nostalgias y esperando nada o casi nada. Destilando esa especie de locura templada en viejas añoranzas y nuevas canciones, en hermosas burbujas sonoras en las que se para el tiempo y el espacio, sitios de recreo para el disfrute ajeno.

Sin esas letras canallas de Sabina. Sin ese empeño trascendental de Aute. Sin esa fama burguesa y digestiva vivida por otros que se hicieron llamar rebeldes y malditos.

Podría haberse quedado el papel de chico guapo pero trascendente de Super Pop . Pero acabó siendo el caballero de la triste figura que relata la lucha de gigantes. Agotado Cyrano lanzando estrofas hacia balcones vacíos. Cantaor de la penúltima versión del Pena, penita, pena .

Al final, como ya venían anunciado sus canciones y su silueta, casi desvanecida en el aire, él se dejó llevar. Ya será para siempre el chico de ayer. Antonio Vega.