Alejandro Sanz: «Sufro crisis de fe cada diez minutos»

Rosario González

EXTRA VOZ

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El cantante, que cumplirá en breve 25 años de carrera, tiene 20 premios Grammy y 23 millones de discos vendidos. Ahora acaba de publicar su último trabajo «sirope», que incluye una canción con fragmentos de voz de su hijo Dylan. 

10 may 2015 . Actualizado a las 09:23 h.

En el cuarto de siglo que lleva sobre el escenario, Alejandro Sanz ha pisado el infierno en varias ocasiones, desde el intento de extorsión que le obligó a hacer pública la existencia de su hijo Alexander, fruto de una relación extramatrimonial cuando estaba con Jaydy Michel, hasta el día en el que decidió que dejaba la música por la pintura, retiró las guitarras y equipos de sonido, instaló un sistema de ganchos y cuerdas y se dedicó a estamparse contra un lienzo. Logró vender una colección entera de cuadros antes de retomar la guitarra en el año 2003. De cada bache emocional, el artista ha renacido una y otra vez con ánimo renovado, tratando de mantener el equilibrio entre la mirada inocente de un peterpan perpetuo y el hombre de 46 años cabal y padre de familia numerosa (Manuela, Alexander, Dylan y la pequeña Alma). «Tengo crisis de fe cada diez minutos, pero sigo pensando que tiene que existir algo superior; un lado de mi cabeza me dice que no, pero los dos lados del corazón me dicen que sí». Entre idas, venidas y retiros para sanar el alma, el cantante publicó esta semana su décimo disco de estudio, Sirope, un trabajo al que ha dedicado año y medio y que presentó en el Museo Reina Sofía de Madrid. La pinacoteca, ironías del destino para este pintor de ida y vuelta, reservó un espacio con paredes y techo color «fresa ácida» donde alumbrar la salida del disco. 

Un trabajo compuesto por trece canciones en las que Sanz ensambla su sonido pop, con pinceladas de rock, punk y el aire flamenco que conserva desde sus inicios. «Sirope es almíbar y es jarabe, te endulza y te cura, pero sobre todo es el grito de guerra de James Brown», explicó Sanz. La referencia al cantante de Carolina del Sur se plasma en el disco en La guarida del calor, un tema nacido en una nave industrial en Miami donde se juntan artistas como Juanes, Maná o Lenny Kravitz para hacer sesiones de jam session y dar rienda suelta a la improvisación. La parte dulce se encuentra detrás de Capitán Tapón, un tema que le dedica a su hijo Dylan y que incluye fragmentos de voz del niño. «Con 30 años adorará la canción, pero con 14 la odiará, así que lo he involucrado para que no pueda quejarse», bromeó el cantante.

Directo al número 1 su nuevo trabajo debuta con seis de los temas situados en el top ten de iTunes, nada que sorprenda a estas alturas para uno de los artistas latinos más influyentes a nivel internacional, con más de 23 millones de discos vendidos y el cantante español con mayor número de premios Grammy. Incluso la edición de vinilos que salió a la venta está agotada en Internet. Ninguna de estas cifras ha logrado sin embargo inmunizar a un cantante que lleva más de dos décadas siendo número uno. «Nunca te acostumbras. Cada vez que termino un disco doy las gracias. Es un momento muy emotivo, pero al mismo tiempo soy consciente de que no todo el monte es orégano, que hay que trabajarlo». Menos aún lo ha inmunizado ante los resbalones. «Triunfar y fracasar, al final se llama vivir, pero fracaso suena demasiado grande, hay fracasos en el mundo que son de calibre importante, lo demás son pequeños tropezones». Verborrea emocional. Para pergeñar  Sirope, Sanz se encerró ocho meses en el estudio y comenzó a grabar notas de voz con el móvil. Registró de forma compulsiva voces, melodías, diseños de batería, líneas de bajo y guitarras hasta que se topó con 40 canciones. No es la primera vez que le pasa, con uno de los discos más vendidos de la historia Más, alumbró 30 temas que redujo a diez en el disco final. «No es una verborrea emocional, es el susto que te da pensar que no te va a salir nada y la necesidad de demostrarte que todavía puedes escribir; lo haces con tantas ganas que te desbordas», señaló Sanz.

Quizá ahí resida la clave que explique que el cantante y compositor haya superado con éxito cada revolución que ha ido viviendo la industria musical, llámese Internet, piratería, nuevas modas o redes sociales. «Al principio cuesta un poco adaptarse a lo que no se está acostumbrado, como la tendencia de las ventas en Internet, que son distintas a lo que uno tenía concebido, las nuevas formas de consumir música o las redes sociales en las que unos cuantos pagamos la novatada... pero aprendes a usarlo y ya está. La clave es pensar que ya no es futuro, sino presente absoluto, está ahí con nosotros y convive». Hace tiempo que Alejandro Sanz aprendió que sale más rentable callar que hablar demasiado, porque las declaraciones se multiplican, cobran vida fuera del contexto y regresan con efecto bumerán. Aprendió la lección en los tiempos en los que criticó abiertamente la dictadura cubana o al difunto presidente venezolano Hugo Chávez, lo que le valió el veto en el país sudamericano. Durante un tiempo, decíamos, escogió el silencio, pero diríase que al cantante, como a Larra, le duele España. Vive a caballo entre Miami, donde se mudó hace más de una década, y su finca cacereña de Jarandilla de la Vera, pero sigue de cerca la actualidad española, los efectos de la crisis, los desmanes de la corrupción y el nuevo panorama político que se dibuja, aunque evita pronunciarse mientras espera la llegada de un Obama a la española que le anime a plantar la sombrilla en una esquina del cuadrilátero. «Ahora hay más partidos y está bien, porque hace pensar a los de siempre y les hace sentir que la impunidad y el crédito que se les da a los políticos no es para siempre», defendió Sanz.