Unos a competir, otros a divertirse

OLIMPIADAS 08

Tiene de todo esa otra ciudad donde viven los deportistas, sin apenas enterarse de lo que pasa en el mundo exterior. Los restaurantes abren las 24 horas. Es el paraíso del todo gratis. Aquí conviven entrenadores con nietos ya crecidos, chavalitos y padres de familia.

22 ago 2008 . Actualizado a las 21:52 h.

A un lado de la valla, miles de extranjeros se esfuerzan en hacerse entender, conseguir un taxi, encontrar un restaurante a su gusto y domar Pekín, un mutante donde hace tiempo que los rascacielos se comieron a las callejuelas, un monstruo de 18 millones de habitantes. Al otro lado, un par de controles y unos metros más allá una burbuja aíslan a una peculiar élite de 16.000 deportistas y entrenadores. Viven en la Villa Olímpica de los Juegos, una especie de mundo feliz donde apenas llegan noticias más allá de los resultados. Cerrará el miércoles esta otra ciudad, casi impermeable al mundo exterior, donde solo entran cada día unos cientos de invitados, identificados, cacheados, con el pasaporte en la puerta como garantía.

Aquí convivieron durante más de dos semanas estrellas como Usaín Bolt, Rafa Nadal y Michael Phelps con los otros héroes de los Juegos. Esos que pelean por una marca, para que la marca prorrogue una beca, para que la beca mantenga una dignidad económica, y para que los euros den cuerda a un sueño. Unos y otros se hacen fotos en todas partes, de recuerdo. El mito viviente de los ocho oros se acercó la semana pasada en el comedor al nuevo número uno del tenis. Para inmortalizar el momento.

Aunque Nadal evitó los hoteles de lujo y comentó divertido su experiencia en la Villa, se le vio soportar con fatiga el ritual de fotos, autógrafos y peticiones en los 500 metros que separan su apartamento del comedor. «No hay educación. No le dejan ni cenar tranquilo», protesta el lanzador español Manuel Martínez.

La limpieza es impecable. El personal recoge con pinzas las colillas una a una. No hay horarios a este lado de la valla; 2.400 cocineros trabajan en el comedor, abierto las 24 horas del día, con un menú que incluye comida oriental, mediterránea e internacional, donde cabe y se ofrece de todo: pasta, helados, postres, McDonald?s... Porque cada deporte tiene sus horarios y rutinas. Los ritmos los marca la competición. A las cuatro de la madrugada puede llegar un grupo de atletas ya de vacaciones y a las cinco sonar el despertador en la habitación de al lado porque toca entrenar temprano, a la misma hora de la competición. «Dormimos con tapones, porque si no es imposible», comenta la maratonista lucense Sandra Aguilar, que se preparó en Pekín con kilómetros y kilómetros al amanecer.

Hotel de lujo, resort caribeño con todo incluido, parque temático... Cualquier comparación vale. Además del gratis total, sobran atenciones. No falta nada en esta ciudad: peluquería, oficina de correos, salas de juegos e Internet, quiosco de prensa, floristería, caseta de objetos perdidos, puntos de información turística, cafeterías, un local para aprender chino, otro de intercambio de pines, salones de té, supermercados, comercios, tiendas de mensajería, de billetes de avión, de artesanía local... Así es la zona internacional, el espacio al que tienen acceso las visitas. Salvo el banco y la peluquería, la mayoría están vacíos. ¿Qué hacen los deportistas? Charlan, juegan, navegan por Internet... Tienen gustos variados. Porque aquí hay padres de familia, entrenadores con nietos ya crecidos. Unos vienen a competir con una rígida profesionalidad, otros llegaron para divertirse. Todos conviven felices, hasta que llegan los resultados.