Nina, superviviente de malos tratos: «Mi ex me tiró al suelo e intentó estrangularme y mi perro le ladraba y le mordía, es lo que recuerdo antes de desmayarme»
ESPAÑA

Una noche puso el punto final a una larga relación de violencia machista, que empezó con el control por parte de su pareja y terminó en palizas diarias. «Los que conocen mi historia me preguntan: ¿cómo no me di cuenta de las señales?», revela Nina, que salió del infierno gracias a Jack, el perro que le salvó la vida
02 jun 2024 . Actualizado a las 18:32 h.Ella cenaba y miraba el móvil. Desde el sofá él le increpó diciendo que cómo era posible que hiciera las dos cosas, que prestara atención a una. «Le respondí que yo hacía lo que me daba la gana. Él se enfadó. Después de estampar el mando de la televisión contra la pared, se abalanzó sobre mí. Yo me levanté de la silla corriendo pero me alcanzó, me empujó contra la puerta, me cogió el cuello con las dos manos, me tiró al suelo y comenzó a estrangularme. Intenté gritar y defenderme, pero no pude», recuerda Nina (nombre ficticio por temor a represalias por parte de su expareja). «Lo último que recuerdo es que Jack le ladraba y le mordía en los brazos», revela esta superviviente de violencia machista.
No sabe cuánto tiempo pasó hasta que recuperó la conciencia. Se despertó tirada en el suelo. Él había dejado de apretar y ahora intentaba violarla. Ella logró quitárselo de encima. Temblaba del terror, pero lo primero que hizo fue buscar a su perro, de algo más de dos años y unos ocho kilos de peso: «Estaba muy asustado bajo una silla, pegado a la pared. Mi ex me estrangulaba y mi perro me defendía. Es lo último que recuerdo antes de desmayarme. Supongo que cuando me defendió él le hizo algo. A mí me costó mucho recuperar el control de mi cuerpo, porque estaba convulsionando totalmente».
Esa noche, punto final de una relación de maltrato, se fraguaba desde hacía cuatro años, cuando ella y él empezaron a salir. Se conocieron en el trabajo, recuerda Nina. «Todo iba perfecto, maravilloso, hasta que decidí irme con él». Entonces, él cambió y empezó a controlar con quién salía, cómo vestía, y le impedía que saliera a correr. «Los únicos planes que yo hacía eran con él, o con él y sus amigos. Empezó a aislarme, a dejarme sola. Yo justificaba ese comportamiento en su inseguridad por la edad. Yo tenía 30 y él 45. No tenía adónde huir. Mi familia no está aquí. Lo único que tenía en esta ciudad era a él», revela Nina.
Del control y el aislamiento, «cuando vio que no tenía escapatoria», él dio el paso a la agresión física. «El primer golpe no lo vi venir», dice Nina. «Los que conocen mi historia me preguntan: ¿cómo no me di cuenta de las señales? Pero no pensé que fuera a llegar a esa escala de violencia conmigo, hasta que me vi en el suelo de un puñetazo».
Un par de años después de vivir el encierro de la casa al trabajo y de vuelta a casa, el perro llegó a su vida. «El me concedió el capricho de tener un perro. Lo único que quería era una compañía, algo que querer, porque estaba sola. Buscaba un galgo cuando aparecieron unas fotos de mi cachorrito y me enamoré de él. Estaba en una protectora, vinieron a casa a hacerme una evaluación psicológica y las condiciones que tendría el perro. Mi ex no estuvo. Cuando me dieron el visto bueno, fui a recogerlo». Él le hizo una advertencia: no lo quieras más que a mí. «Me lo tomé a broma, pero era una amenaza». Jack, su salvador, llegó con 3 meses.

Bienvenido al calvario
Para entonces Nina era ya golpeada con frecuencia. «Por cosas absurdas, como que el arroz no quedaba lo suficientemente suelto, venían las agresiones. Eran palizas continuadas. Sabía dónde golpearme para ocultarlas con sacos o con el cinturón. En la cara muy rara vez me tocó. Sobre todo era en el torso. La mascota veía esas agresiones».
Ella nunca vio que él le pegara al animal, pero este le tenía miedo, se alejaba de él. Un día ella se retrasó en la salida del trabajo. «Me mandó una foto del perro bastante acobardado y decía que, si se enteraba que estaba con otra persona, que le engañaba, me encontraría al perro colgado de la ventana. Fui corriendo». A esa primera vez siguieron otras: tirarlo a la basura o por la ventana, o estamparlo contra el suelo...
Un día que la azotaba con el cinturón, lo hizo restañar al lado del perro, que salió corriendo y se metió bajo la cama. «Tuve miedo de que le hiciera algo, cogí la correa de Jack y huimos. Hicimos noche en el parque. Hacía mucho frío. Las veces que más valiente me he sentido ha sido cuando amenazaba con pegar al perro. La reacción de él al día siguiente era llamarme: '¿Dónde estás, cariño, vuelve, vamos a desayunar, he preparado café. Y yo acababa volviendo porque no tenía adónde ir'».
Cuando Jack iba a cumplir los dos años, el hombre trató de matar a Nina. Ya dormían en habitaciones separadas. Ella se quería ir pero no le alquilaban un piso con el perro. «Antes habían sido golpes y demás, pero ese día buscaba acabar conmigo. Me salvé porque dejó de apretar, seguramente por mi perro».
Nina cogió a su perro en brazos, que «era puro nervio, estaba muy asustado». Llamó a la policía desde la calle, les esperó en una gasolinera. En la comisaría el perro se quedó fuera, en el coche patrulla. «En ese momento me fastidió bastante no poderlo tener. Temblaba y no paraba de llorar». Una asistente social le ofreció una plaza en un refugio. La condición: abandonar al animal. Lo rechazó. «Les dije que no iba a ningún lado sin mi perro», cuenta Nina.
Sus padres viajaron a socorrerla. Los siguientes meses, Jack sufrió eccemas en las orejas y en las patas por estrés, según concluyó la veterinaria en un examen al animal. «Llegó a ser capaz de detectar mis ataques de ansiedad. Se venía conmigo, ponía su pata en mi hombro o mi pecho, se tumbaba a mi lado y ponía su cabeza en mi cuello. Él me salvó», concluye Nina, que salió del infierno gracias a un amigo.