La madre de la última niña asesinada por ETA: «Le canté al oído cuando aún vivía y le prometí que le haría justicia»

Lourdes Pérez MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Toñi Santiago, la madre de la niña de seis años muerta en un atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola, en Alicante, en el 2002
Toñi Santiago, la madre de la niña de seis años muerta en un atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola, en Alicante, en el 2002 Chema Moya | EFE

Toñi Santiago bucea en sus recuerdos rastreando a Silvia, la niña de seis años «feliz, buena y justa» a la que la banda terrorista mató en Santa Pola hace dos décadas

13 oct 2022 . Actualizado a las 15:59 h.

Toñi Santiago no logra ver el rostro de su hija ni evocar su voz. Cierra los ojos, los aprieta y bucea en sus recuerdos rastreando a Silvia, la niña «feliz, buena y justa» a la que ETA asesinó con tan solo seis años tal día como mañana hace dos décadas, en aquella luminosa tarde del verano en Santa Pola que se apagó con el estruendo brutal del coche bomba que los terroristas hicieron explotar contra la casa cuartel de la Guardia civil. Dicen los psicólogos que la memoria, tan lacerante a veces, puede ser también protectora. Que según pasa el tiempo va depurando el álbum de la vida para realzar lo bueno y amarillear lo malo. Toñi Santiago ni olvida ni perdona; y aunque quisiera, no podría, con sus entrañas aún tan desgarradas que quien la escucha percibe, nítido, inconsolable, todo su dolor. Pero está convencida de que algún mecanismo de supervivencia se ha apiadado de ella para difuminar el horror de aquel 4 de agosto inmarchitable y la expresión infantil de su hija. Para «cuidarla» ante la insoportable remembranza de cómo la rescató -ella, con sus propias manos- bajo los escombros de muerte y destrucción.

«Los terroristas se equivocaron. En vez de asesinar a mi niña, tenían que haberme matado a mí. Porque yo soy su voz y no voy a parar en exigir justicia y en evitar que se pisoteen su memoria y su dignidad. Y porque yo sé cómo suena la muerte en el oído».

Atentado de ETA en Santa Pola
Atentado de ETA en Santa Pola

Aquella tarde, esta tarde de hace 20 años, el sol luce aún vigoroso antes de comenzar a declinar en la bella placidez del ocaso mediterráneo. Los etarras Oscar Zelarain y Andoni Otegi han cargado con 40 kilos de cloratita y un calculado refuerzo de dinamita el Ford Escort con matrícula falsa robado un mes antes en la localidad francesa de Montpellier. Todo en el vehículo, aparcado en las inmediaciones del parque del Palmeral, está concebido y orientado para provocar la mayor devastación posible en el acuartelamiento que comparten los guardias civiles con sus familias. Esos enjambres humanos de cuitas profesionales y domésticas atemorizados durante décadas por la amenaza terrorista.

Pero hoy es 4 de agosto, el cielo refulge, los arenales de Santa Pola se han cuajado de toallas, sombrillas y ganas de vivir y todo es tan cotidiano, tan normal, como para pararse a pensar tan siquiera en la sombra de ETA en esos tiempos tenebrosos y aciagos. Silvia Martínez Santiago, la única hija entonces de Toñi y del guardia civil José Joaquín, juega sintiéndose a salvo en su inocencia de niña. El jubilado de Telefónica Cecilio Gallego, 57 años, aguarda en la cercana parada de la calle Elche sin otra preocupación aparente que coger el autobús. Hay viviendas cerca, vecinos que se espantan cada vez que contemplan las imágenes de los atentados terroristas pero ajenos al miedo, al pánico, que ha logrado inocular la organización armada entre sus objetivos directos.

El «cañonazo»

El coche bomba detona como «un cañonazo». Los interiores del cuartel se derrumban, las casas próximas tiemblan y un diluvio de cristales rotos, preludio de un mar de lágrimas, estupor y rabia, riega las calles hasta ahora en calma. Los escombros sepultan a Silvia con un hilo de vida y matan a Cecilio, despedido veinte metros en la acera. Una década después, los jueces condenarán a Zelarain y Otegi a 853 años de cárcel por los asesinatos de la pequeña y del trabajador retirado y por otros 51 sin consumar, en grado de tentativa.

Atentado de ETA en Santa Pola
Atentado de ETA en Santa Pola

La última víctima infantil de las 22 que ETA se cobró en su sangrienta trayectoria -la primera fue José María Piris, de 13 años, en la localidad guipuzcoana de Azcoitia- no logra sobrevivir a su llegada al hospital. Su madre -ella lo cuenta así- tiene «en la mente» aquellos momentos desgarradores, pero no consigue discernir sus detalles. Rememora el bombazo, «la oscuridad», el «zumbido en los oídos», su rostro goteando sangre porque la explosión le daña la nariz. En medio de la zozobra y el caos, no ve a Silvia. Hasta que, al fin, la libera de la escombrera convertida en tumba y la recoge en su regazo. «Mamá, mamá», le escucha llamarla en un aliento que se va extinguiendo. «Solo se le veían los ojos», relata Toñi manteniendo a duras penas la entereza, con el rostro de la pequeña desdibujado en su memoria. Dos compañeros de su marido, que está trabajando fuera del acuartelamiento, tienen que arrancársela de los brazos para subirla en volandas a una ambulancia.

-¿Supo inmediatamente que se trataba de un atentado de ETA?

-Lo que supe es que mi hija se iba a morir. Y lo único que pedía es que Dios me llevara a mí. Salí corriendo y gritando '¡Hijos de puta, habéis matado a mi hija!'. Porque ETA ni siquiera avisó para darnos cinco minutos. Silvia murió en la ambulancia. Cuando aún vivía, además de rezar y cantarle al oído por si me podía escuchar, le prometí que no pararía hasta encontrar justicia.

-¿Cómo ha podido sobrellevar todos estos años sin ella?

-No lo sé, no se lo puedo explicar... (se quiebra en llanto, como cuando intenta narrar, sin poder, cómo era su pequeña). Tienes que aprender a convivir con esto. Me planteé que solo tenía dos opciones: pegarme un tiro, que además lo tenía fácil; o seguir adelante por mi familia y para que no se olvidara a mi criatura. Y aquí estoy. Pero yo no tengo días buenos. Tengo días regulares, malos y muy malos.

Toñi pensó que no podría, pero ha legado a Silvia dos hermanos, Javier y Carla, a los que su madre ha contado lo que pasó -lo que ETA hizo que pasara-, pero sin permitir que el padecimiento les arruine la vida por vivir. Mientras blinda a los dos hijos que tiene hoy junto a ella, mientras su marido sigue ejerciendo de guardia civil «porque los terroristas es lo que más detestan», ella prosigue su cruzada porque no cree que los responsables de la muerte de Silvia -el crimen que fue definitivo para activar la ilegalización de Batasuna, que se negó a condenarlo- fueran solo sus autores materiales, hoy condenados y presos. Pero no solo eso.

En la polifonía de voces de las víctimas del horror, la suya clama para denunciar que «no habrá justicia mientras quede una sola víctima» de un asesinato por esclarecer; para asegurar que lo que ha hecho ETA es dejar de matar pero sin abandonar los objetivos que se han hecho más vigentes y factibles -acusa- por «el blanqueamiento» que está aplicando el Gobierno de Pedro Sánchez y del que también responsabiliza al PP; para reprochar al ministro Grande-Marlaska que el 12 de octubre, fiesta de la Guardia Civil, acercara al País Vasco a uno de los asesinos de Silvia. «Es mi deber, mi obligación y mi derecho. No van a callarme», se revuelve Toñi Santiago. Y dice que solo quiere que la escuchen.