«Las lentejas de la abuelita me salvaron la vida»

ESPAÑA

David Beriain, en Santiago en una imagen de archivo
David Beriain, en Santiago en una imagen de archivo MIGUEL A. IGLESIAS

30 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Este texto es un plagio. El original son dos viejos folios, escritos a máquina quizá en el 2003. Están encabezados por su nombre anotado con bolígrafo: David Beriain. No recuerdo cuándo me los dio. Al releerlos, varias veces, pensé en lo bueno que es poder seguir leyendo sus historias: «La noche del 28 de marzo hacía un frío de perros en la frontera de Turquía con Irak y en el falso fondo del camión en el que viajaba no me podía mover. Apenas cabía de perfil. [...] De repente el camión se paró. Por uno de los cinco agujeros que tenía el doble fondo pude ver a un soldado turco avanzar hacia el vehículo con el fusil cargado. Se subió a la parte de atrás. Pude oír sus pasos sobre la caja del camión hasta que se acercó a no más de dos metros de donde estaba escondido. El tipo dijo algo en turco y preparó su arma. Pensé que aquello era el final». Beriain iba enviado por este diario a cubrir la invasión de Irak. «En esos momentos, no sé por qué, pero pensaba en las lentejas de la abuelita. [...] Aquel soldado se fue y las lentejas de la abuelita, de alguna forma, me salvaron la vida».

Como hizo un verano en su casa de Artajona, cuando hablábamos de la vida, escribía David: «Acaso su único secreto sea que la abuelita [«no me dejaba llamarle abuela»] hace con sus lentejas como con sus hijos y nietos. No les mete prisa, no les da un calentón para que estén listos antes de tiempo. Ella respeta y espera, porque sabe que cada olla, como cada persona, tiene sus plazos y sus momentos. Ella sabe que la paciencia es la forma de amor más dura pero más necesaria». Seguía contando que la abuelita sabía «convertir el trabajo cotidiano en una fiesta», aludiendo a su cariño, a su justicia: «Las lentejas de la abuelita, como ella misma, dan a cada uno según lo que necesita».

Concluía Beriain: «Pensar en todo esto, en la abuelita y sus lentejas, me hizo sentir menos miedo. Pensar que, seguramente, aquel día, entre trabajo y trabajo, quizás después de cocinar sus lentejas, la abuelita habría hablado con Dios y le habría pedido a Santa Rita que me mantuviera vivo un día más. Y eso, no sé para vosotros, pero para mí es el mejor seguro de vida que uno puede tener. Porque yo sé que en los oídos gigantes de Dios su voz resuena más fuerte que la de todos nosotros juntos». Juanita, la abuela de Beriain, murió en enero del 2012.