El cóctel letal que mató a Javier Ardines

Juan Carlos Gea LA VOZ / OVIEDO

ESPAÑA

Pedro Luis Nieva, en el momento de ser detenido acusado de ser el inductor del asesinato del concejal de Llanes Javier Ardines
Pedro Luis Nieva, en el momento de ser detenido acusado de ser el inductor del asesinato del concejal de Llanes Javier Ardines José Luis Cereijido | Efe

La investigación policial revela que una trama de familia, amistad, amor y celos fue el desencadenante del crimen que acabó con la vida del concejal de Llanes

23 feb 2019 . Actualizado a las 22:45 h.

Lo encontró de buena mañana un vecino que sacaba a pasear el perro, no lejos de un coche en marcha y con visibles signos de violencia. Yacía en el centro de un camino vecinal del lugar de Belmonte, en Pría, pequeña parroquia de unos 400 habitantes en el municipio asturiano de Llanes. Lo reconoció al momento: Javi Ardines. El hombre que vivía ahí mismo, en el chalé de al lado. La noticia hizo mucho más ruido que los bufones, esas grietas en los acantilados de Pría por los que el Cantábrico brama a chorros los días de temporal. A las pocas horas, toda Asturias estaba en conmoción. Ardines, casado y padre de dos hijos, no solo era conocido en la comarca como solvente patrón de pesca y hombre de carácter: era también desde el 2015 el único concejal de IU; y el que pechaba además con las competencias más broncas en un mandato muy enconado después del desalojo de un PSOE al que la oposición, coaligada en el cuatripartito, había acusado de usar el próspero concejo llanisco «como cortijo». La sola conjetura de que la muerte del hombre en el centro de esas tensiones pudiese tener algo que ver con ellas estremeció la región.

Seis meses y tres días después de aquel 16 de agosto, el pasado martes, el día en el que un espectacular operativo de la Guardia Civil detenía en tres viviendas del País Vasco a otros tantos sospechosos por la muerte de Francisco Javier Ardines González, ya casi nadie dudaba de que lo que le sucedió no tenía que ver con su cara pública sino con la cruz privada. Sus móviles fueron los más sencillos, pero también los más letales. Porque no en vano, como sentenció Joe Kennedy, padre, «los celos matan más hombres que el cáncer». Con lo que casi nadie contaba es con que la virulencia de ese cáncer fuese directamente proporcional a la cercanía de quien tramó el asesinato. 

Ansia de venganza

Celos, amistad, familia. Fue ese combinado, concentrado en ansias de venganza, el que guio a distancia los golpes que acabaron con la vida de Ardines a sus 52 años. Según el relato pacientemente armado por los investigadores que ha llevado a cuatro personas a prisión preventiva en la cárcel de Asturias, la desgracia del edil la rumió aquel a quien tenía no solo por familiar sino por amigo: Pedro Luis Nieva Abaigar, el marido de Katia, una prima segunda de Nuria, su mujer. El hombre que contrató los esbirros que presuntamente apalearon a su amigo hasta la muerte.

Las dos parejas mantenían desde años atrás una relación más allá del roce familiar, una verdadera complicidad de amigos íntimos, tan profunda como para esconder un viejo secreto entre dos de ellos. Nada escenifica mejor esa proximidad que la segunda vivienda de Pedro y Katia, una rumbosa edificación de vacaciones, a 125 metros del chalé de Javi y Nuria. Lo adquirieron y restauraron hace un par de años, a dos horas en coche -en cualquiera de sus dos coches de gama respetable- del adosado donde vivían en Amorebieta (Vizcaya). Dieron el paso a pesar de que Mugarra Electricidad, la empresa de Pedro, estaba prácticamente en quiebra después de 40 despidos. Acudían siempre que podían, y se dejaban ver junto a sus amigos y otros de la zona en las comilonas, romerías y celebraciones del turístico verano llanisco. 

Compenetrados

Javi y Pedro parecían muy compenetrados a pesar de la diferencia de caracteres. Ardines era un hombre jovial y carismático que estaba en todas partes y en boca de todos, y que lo mismo recibía titulares por sus gestiones como concejal como por haber vuelto a tierra en su Bramadoria con una raya de 52 kilos (que acabó, por cierto, dando alegrías a comensales de algún restaurante gallego). Un edil que se partía el pecho, pero que había rehusado cobrar por ello. Pedro mostraba un perfil más esquivo. Había tenido su momento con el auge del ladrillo, y aunque mantenía su tren de vida -nada desdeñable-, su trabajo era más oscuro; tanto, que en enero se le detenía, como se ha sabido esta misma semana, vinculado a una trama de tráfico de marihuana: un mundo que le dio los cauces y las herramientas para terminar con su amistad. Y con su amigo.

Todo se pudrió en unos meses. En algún momento, Pedro atisbó que su esposa y Javier tenían algo más de lo que se veía. Convirtió la sospecha en certeza con mañas de espionaje doméstico. Eso le intoxicó. Lo que no sabía es que la relación venía casi desde tan lejos como la amistad, previa al conocimiento de sus respectivas parejas, de su esposa y su amigo; un hombre al que desde siempre el palique local le adjudicaba prensa de paisano que gusta a las mujeres. Y viceversa. De hecho, cuando aún se seguía hilando fino sobre el envés político del crimen, hubo quien pronunció ante las cámaras y micros que se abatieron sobre el concejo la expresión clara y castiza: «Cosa de faldas». 

El papel de la esposa

Los investigadores de la UCO trazaron desde el primer momento ese vector en el diagrama. Y pronto se debió de convertir en el principal. El foco se centró en «el vasco» del que algunos hablaban en el entorno en Pría. Todo hace pensar que la viuda de Ardines orientó o reforzó esa línea, señalando a Pedro como uno de los posibles interesados en un violento desquite. Falta saber de qué modo y hasta qué punto Katia pudo ser consciente de que su marido podía ser una de esas personas. Si así fue, por miedo, lealtad o cualquier otro motivo que aún se desconoce, no alteró su vida ni su relación de forma visible.

Volvió a Amorebieta con Pedro y ambos se distanciaron de Llanes después de aquella mañana en la que se la pudo ver, muy afectada, en el lugar del crimen. Se han citado conversaciones telefónicas en las que habría defendido a Pedro ante familiares de Ardines. También se habla de que el deterioro entre las parejas se había evidenciado ese mismo verano, con sendas discusiones entre las dos mujeres y los dos hombres. Lo cierto es que toda esa frágil trama de intimidad y secreto acabó haciéndose trizas bajo la presión de los celos de Pedro Nieva. Ha llevado medio año recomponer los fragmentos. Las vidas que revelan será infinitamente más difícil rehacerlas.