Las piezas del rompecabezas

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

ESPAÑA

PAU BARRENA | AFP

19 ago 2017 . Actualizado a las 17:16 h.

En retrospectiva, la señal de alarma estaba clara. Una misteriosa explosión de butano en una vivienda situada en un pueblo de la provincia de Tarragona el pasado miércoles era la pista de que se preparaba un atentado importante en Cataluña. Es lo que se conoce en el argot como «un accidente de trabajo», la preparación de un explosivo para atentar que sale mal. Pero en España se producen varias explosiones de gas al año y es lógico que los servicios de emergencia tardasen todavía unas horas en detectar algo raro. Para entonces, los terroristas, que sabían que ya les quedaba poco tiempo, habían decidido adelantar sus planes.

Muy probablemente, la idea era comenzar con un atropello masivo en las Ramblas de Barcelona con una furgoneta y quizás utilizar esta, u otra similar, cargada de bombonas de butano como un ariete explosivo. Esto explicaría el alquiler de dos (quizá tres) vehículos, de los que solo se llegó a utilizar uno en la operación. Apremiados, los terroristas tan solo pudieron poner en práctica la parte más sencilla de su plan: la masacre en el corazón peatonal barcelonés. Quizá hubiesen pensado hacerlo en un fin de semana, cuando todavía hay más gente paseando por las Ramblas, pero incluso un día de semana de agosto la presencia de viandantes es lo suficientemente nutrida como para causar una matanza. Pensar que pudo haber sido peor todavía no es un consuelo para nadie, pero hay que constatarlo: pudo ser peor todavía.

Los terroristas de Cataluña querían dar un salto cualitativo que les diferenciase de los últimos ataques con cuchillos y vehículos. En este sentido, el atropello masivo de Barcelona, aunque exteriormente similar a los cometidos el año pasado en Niza o Berlín, es en cambio muy diferente en cuanto a organización e infraestructura. Aquí no se trata de un simple lobo solitario, como se conoce a los terroristas que actúan por su cuenta sin una vinculación orgánica con un grupo organizado. Aquí estamos quizás ante una célula compuesta por al menos siete u ocho personas, puede que más. De hecho, posiblemente se trate de dos células: una operativa y otra logística, que tendría que haber seguido preparando atentados.

Se puede especular que los cinco terroristas que participaron en el segundo ataque en Cambrils, formaban parte de esta célula logística. Su acción, claramente fallida respecto a las intenciones de sus autores, tiene todo el aspecto de haber sido improvisada, más bien una salida a la desesperada de una parte de la organización que se veía ya acorralada y sin posibilidad de huir. El hecho de que llevasen cinturones explosivos falsos no es tan sorprendente como puede parecer a simple vista. A veces los terroristas de la yihad los llevan así intencionadamente, cuando saben que van a ser apresados, solo para asegurarse de que la policía no intentará detenerles sino que les abatirá de inmediato. El terrorismo, y en particular el yihadista, es, además de un crimen, un acto de propaganda, y esta aceptación de la muerte se supone que debe atraer nuevos prosélitos para la causa.

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Los terroristas querían dar un salto cualitativo, diferenciarse de otros ataques con cuchillos y coches