Advertía el viernes Rajoy de que lo hoy ocurra en Andalucía no anticipa lo que sucederá a finales de año en las generales. Era una forma de ponerse la venda antes de la herida, un reconocimiento implícito de que los resultados van a ser malos para el PP. Y por ello se fue de mitin a Valencia. Nada ilegal, pero muy poco ético. Una costumbre muy arraigada ya en la política española, que hace tiempo ya que ha arrumbado las convicciones y no se atiene a otros valores que los de intentar ganar como sea. Así nos va. Y como todo lo malo se pega rápidamente, hasta los adalides de la regeneración desprecian los principios ideológicos para no entrar en disquisiciones que resten potencia a la fuerza del cambio. Lo suyo es concentrar todo el malestar, aunque más allá de acabar con lo que hay no se sepa muy bien qué quieren hacer.
Tiene razón Rajoy en prevenir contra el adanismo, esa idea tan española de creer que se puede poner todo patas arriba y empezar de cero como si nada y sin coste. Ocurre que suya, del presidente y de toda la vieja guardia, es la responsabilidad de que la gente haya llegado a tal nivel de hartazgo que crea que la solución está en hacer tabla rasa. Pésima idea. Porque malo es pensar la política desde un laboratorio universitario, diseñando un programa para vender lo que la gente quiere oír, sea viable o no. Pero tan malo como la tecnocracia que gobierna ajena al dolor que inflige a la sociedad. La política no puede ser reducida a un juego en el que los ciudadanos son solo sombras que votan de vez en cuando. Como ha ocurrido en la campaña andaluza. Ninguna novedad, los mismos discursos de siempre que nadie se cree, pensados para regalar el oído al cliente, no para atender necesidades reales. Millones de andaluces votan hoy, pero no cambiará nada. Mañana todo seguirá igual, gobernando quien para ganar se ha dedicado a excitar el sentimiento andalucista como un nuevo nacionalismo. Vuelven las taifas a Despeñaperros. Esa es la herida que desangra al PSOE. Se impone la vieja política y una visión alicorta que sacrifica los proyectos integradores y de largo recorrido en aras de intereses particulares de corto alcance. Mal comienzo para un largo año electoral.