España no mira a África más allá de la valla

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

09 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

A dos horas de avión, en Rabat, el problema de la inmigración que golpea las vallas de Ceuta y Melilla no se ve de forma tan distinta a Madrid, como pudiera creerse. «Hay 30.000 subsaharianos dispuestos a entrar en Ceuta y Melilla», publica alarmada la prensa española. Pero los marroquíes lo sufren también porque los tienen en su territorio con un problema social y sanitario enorme. «Hay veinte millones de africanos que sueñan con llegar a Europa», nos dijo en su día el delegado del Gobierno en Ceuta. Cierto, y también que Marruecos es en gran medida la incómoda plataforma de espera para ese salto en el que tantos pierden la vida y la esperanza.

Poco pueden hacer allí, aseguran, para evitarlo: «No podemos cerrar fronteras y exigir visado al resto de africanos porque eso nos descalificaría ante otros Estados». Aun haciéndolo, solo conseguirían desplazar el problema una frontera más al sur. El problema es de todos: de marroquíes y españoles, de africanos y europeos, por tanto. Entenderlo como un asunto de orden público responde a una estrechez de miras. La batalla sobre los incidentes recientes, como el lamentable episodio de las pelotas de goma disparadas sobre los que nadaban desesperados, debe tomar altura para situarse en la verdadera dimensión del problema, al que, hoy en día, nadie le ve salida. Pero sí la necesidad de implicar a todos en la búsqueda de una solución.

Entretanto, Marruecos crece, atrae inversiones y cuenta con un líder, el joven rey Mohamed VI, que traza una eficaz política de alianzas y de influencias para convertir su país en una potencia regional. Amparado en su excelente relación con España y Francia, y por extensión con Europa, validado por su relación histórica con Estados Unidos, que heredó de su padre y que ha sabido mantener, el rey despliega visitas y relaciones con el Africa francófona del Golfo de Guinea, para quienes Mohamed VI se está convirtiendo en una referencia. Para millares de inversores extranjeros también. Mil doscientas empresas españolas están ya instaladas en el país, desde la construcción al turismo, de la manufactura a la agricultura. El rey de Marruecos le pide a su Gobierno que favorezca la inversión y, para mejorar las relaciones y cambiar en España la imagen del país vecino, ha nombrado a su consejero y amigo Fadel Benyaich nuevo embajador en Madrid. Atención a este importante movimiento en el ajedrez del sur de Europa.

Fadel Benyaich, hijo de una granadina y de uno de los médicos de confianza de Hassan II, que murió en una revuelta en palacio, estudió junto al actual monarca y vivió apadrinado allí por la lealtad de su padre. «El rey quiso que su hijo estudiara el bachillerato en español y lo hicimos juntos, con el idioma español por delante del inglés. Por eso, cuando Mohamed VI viaja a América Latina los gobernantes quedan impresionados por su dominio de la lengua», relata el nuevo embajador, quien asegura que el actual rey hace lo mismo con el pequeño príncipe heredero, de diez años. Cultura para entenderse con el vecino del norte y proyecto de política de estado en la región, algo de lo que Madrid se desentiende. La pérdida de oportunidades de España en la explosión de desarrollo económico de la cornisa atlántica africana es clamorosa, porque el Gobierno no se interesa por el asunto. «Solo en Canarias entienden lo que está pasando aquí», destaca un alto funcionario marroquí que admite que únicamente Felipe González y el rey Juan Carlos compartieron esa visión estratégica.

La política española actual, salvo el movimiento de Rajoy esta semana al alinearse con Merkel para colocar a Luis de Guindos como futuro presidente del Eurogrupo, es más casera. España, tristemente, no mira a Africa, más allá de la valla de Ceuta y Melilla.