Ricardo Costa está en el ojo del huracán

M.?I.

ESPAÑA

04 oct 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Ricardo Costa mamó la política con los primeros biberones y con treinta y pocos años llegó a ser número dos del partido en el que milita desde su más tierna infancia. Todavía adolescente, ingresó en Nuevas Generaciones, donde ocupó todos los cargos y pisó el acelerador en la política autonómica como diputado en las Cortes, subido al caballo ganador del presidente de la Generalitat en un peligroso circuito que lo ha llevado, cuando menos, a un callejón sin salida que amenaza con quebrar prematuramente tan veloz carrera. Siempre obediente, cumplidor y fiel servidor del jefe de turno, tomó como referencia a otros políticos también jóvenes pero de una generación anterior. Pasó desapercibido como portavoz adjunto del grupo parlamentario de Eduardo Zaplana y nunca levantó la voz ni llamó la atención hasta que estalló la guerra civil en el PP valenciano.

En el enfrentamiento entre zaplanistas y campistas, lo tuvo claro: quería hacer su propia carrera política y llegar a la cumbre como miembro de la familia política que aglutinó Francisco Camps. A él le proporcionó siempre y en todo lugar la obediencia debida. Sorprendió a todo el partido cuando, en estricta observancia de la pleitesía rendida al president , no dudó en enfrentarse públicamente a su hermano en vísperas del congreso nacional de Valencia cuando acudió a llevarle a Rajoy los avales recabados por «Paco» a su candidatura. El gesto frenó las pretensiones de Juan Costa, que sopesaba presentar una candidatura alternativa. A fuerza de identificarse con Camps -al que todos sus colaboradores adoran como a un santo-, Costa ha quedado contagiado por su misticismo y ese halo incomprensible que emanan ambos cuando miran al cielo aunque hablen de asuntos terrenales.