Ocho de cada diez «pateristas»que mueren ahogados en el mar tratando de alcanzar Europa provienen de una zona del centro de Marruecos más pequeña que Pontevedra
12 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Le llaman el triángulo de la muerte. Ocho de cada diez marroquíes que mueren en el mar intentando alcanzar Europa salieron de aquí, de la zona comprendida entre las ciudades de Khourigba, Beni Mellal y El Kelaa Srarhna, un territorio más pequeño que la provincia de Pontevedra. Y el 80% de 4.300 vidas, las que se han perdido desde 1997, son muchas vidas. «Eso son las cifras oficiales. Nosotros calculamos que por cada cuerpo recuperado hay al menos tres que nunca se encuentran. Podríamos estar hablando de unas 15.000 vidas marroquíes», dice Hicham Rachidi, uno de los encargados de la Asociación de Amigos y Familiares de las Víctimas de la Emigración Clandestina (AFVIC), la única oenegé marroquí que intenta apoyar a los que cruzan a Europa de forma ilegal y convencer a los jóvenes para que se queden. El triángulo de la muerte, dice Hicham, se ha convertido en una «gran sala de espera» de los que aguardan su turno en la patera. Aquí las madres empiezan a ahorrar para pagarles el billete a sus hijos nada más darlos a luz. Por eso Khourigba es territorio fértil en historias de éxito y dinero al otro lado del mar, relatos casi mitificados de amigos que volvieron con un Mercedes y una bella mujer bajo el brazo, que construyeron una casa para sus padres. De los otros, de los que se ahogaron en el mar, no se habla. «Es como una hipnosis colectiva. Nadie habla del peligro. De lo único que se habla es de cómo conseguir el dinero para el viaje (entre 2.000 y 20.000 euros dependiendo de la forma del viaje)», cuenta Hicham. Tragedia en Foqra Foqra es un pueblito de 2.000 habitantes en pleno triángulo de la muerte y es en sí mismo la encarnación de la tragedia que vive esta zona de Marruecos. El año pasado 75 vecinos de la aldea viajaron en avión hasta Túnez -donde los marroquíes no necesitan visado- con el objetivo de montarse en una patera y llegar hasta la pequeña isla italiana de Lampedusa. Los emigrantes de esta zona de Marruecos prefieren esta vía a la del cruce del Estrecho. Su patera naufragó en las aguas del Mediterráneo el 2 de octubre. 65 murieron. Abdel Ghanni, un chaval de 25 años, fue uno de los diez que se salvaron. Su familia había conseguido los 4.000 euros que costaba su billete a Europa con la esperanza de que el chico encontrara en Italia el trabaja que no tenía en Marruecos. Su padre dio el dinero a un tipo que se había ganado una buena reputación tras llevar hasta Sicilia a 200 vecinos de Khourigba y sus alrededores. Tomó un avión de Casablanca a Túnez con un grupo de amigos de su zona. Para disimular viajaron en grupos de cinco. La noche del 2 de octubre se subieron a la patera. Eligieron aquella fecha porque en Túnez se celebraba un partido de fútbol del que todo el mundo estaba pendiente. «Hacía mucho frío y la patera iba a rebosar de gente. Una hora después de partir, a unos diez kilómetros de la costa, el motor entró en contacto con el agua y separó. Pesaban demasiado y el bote empezó a zozobrar. Abdel Ghanni recuerda haber visto a la gente saltando al agua. Él hizo lo mismo. Los que apenas sabían nadar se fueron hundiendo ante los ojos del joven. Conocía a la mayoría. Él consiguió agarrar uno de los depósitos de gasolina que flotaban. Se lo acercó a sus compañeros. Siete se salvaron gracias a él. «Yo seguí nadando. Nado muy bien», dice. Aguantó seis horas y media, lo que le costó recorrer el espacio que le separaba de la costa. Cuando la alcanzó se desplomó exhausto. Al llegar a la costa fue apresado por la policía y aún tuvo que reconocer a gran parte de los cuerpos que encontraron en el agua, incluidos los de dos tíos suyos. Diez días después fue deportado a Marruecos. Ni el cadáver Entre los cuerpos que Abdel Ghanni tuvo que reconocer estaba el de Hamid Mazoof, de 24 años. Su familia lo llora ahora en Foqra, en el interior de una casa de adobe rodeada de los campos de cereal que ellos trabajan pero que son propiedad de señores de la alta sociedad marroquí. Ni siquiera pudieron hacer un funeral musulmán por Hamid. Túnez no repatría los cuerpos y ellos no tienen dinero para ir a buscarlo. En casa de la familia de Hamid no hay agua corriente ni electricidad. Para tener algo de luz tuvieron que comprar unas placas solares. Apenas pueden subsistir. La sequía que azota la zona desde 1994 hace que los campos apenas produzcan. «Inviertes en la tierra y no consigues nada. Nos mantenemos con el dinero que nos mandan los familiares que emigraron a Italia. Aquí ya no hay nada que hacer. Sólo podemos emigrar. Estamos muy tristes por lo de Hamid, y sé que en el mar puedes morir. Pero, ¿sabe qué? Yo soy el próximo de la lista para montarme en la patera», dice el tío de Hamid, Ahmed. «Es lo que yo llamo la ideología de la muerte. Los jóvenes se convencen de que la vida, tal y cómo la viven aquí no merece la pena ser vivida, porque no tienen ni dignidad, ni derechos ni dinero. Con ese razonamiento pueden jugarse la vida en una patera o decidir ponerse un chaleco de explosivos. Parten de una misma situación de desesperación, de falta de futuro. Sólo que el primero se juega la vida para ayudar a los suyos, para engendrar más. El terrorista suicida trae más muerte. Donde nosotros con nuestra asociación no llegamos, corremos el riesgo de que llegan los salafistas combatientes», dice Khalil Jemmah, presidente de AFVIC. La capital de los fosfatos Pero, ¿por qué emigra tanta gente de esta zona precisamente?. ¿Por las condiciones de pobreza? ¿Por el paro en la comarca?. Le preguntamos a Hicham y él sonríe con ironía. «¿Sabes?, ésta es una de las zonas más ricas de Marruecos. Es conocida como la capital mundial de los fosfatos y además, como habrás visto, hay zonas de cultivo de cereal por todas partes. El problema es que aquí vivimos en un sistema feudal. Las tierras son de unos pocos señores y la compañía es pública. Bueno, en realidad es del rey», dice. «Si quieres trabajar aquí en los fosfatos tienes que entrar a las cinco de la mañana y trabajar hasta las ocho de la noche por 30 dirhams (unos tres euros). Y no puedes protestar, claro. Ya no contratan gente de Khourigba porque una vez se declararon en huelga. Ahora traen gente de otras partes . No quieren a nadie que luche por sus derechos», dice Hicham y nos cuenta cómo los fosfatos se han convertido en tema tabú, a pesar de que expropian continuamente los campos de los pequeños agricultores para seguir extrayéndolos. «Nosotros hemos tenido algunos problemas como asociación. Últimamente el Gobierno nos deja en paz, eso sí, si no hablamos de los fosfatos ni de la explotación de quienes trabajan allí», cuenta. Que emigren La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, estuvo en Marruecos hace dos semanas y reconoció que, aunque se habían producido avances, el reino alauí todavía tiene mucho trabajo de cara a contener la avalancha de emigrantes. Aquí, en el triángulo de la muerte, se ríen de esos avances. «El Gobierno marroquí está al deseo de que la gente emigre. Si muere o no eso es secundario. Si los jóvenes no están aquí no van a luchar por sus derechos, no van a protestar, no van a causar problemas. Además cuando están en Europa mandan dinero. Marruecos no va a hacer nada por parar esto», dice Hicham. Paseamos por Khouribga y vemos los efectos que tiene en la ciudad el dinero que mandan los emigrantes. Hay calles enteras de casas construidas con el dinero que mandan los que están en Italia. En una aldea como Foqra, en verano, se pueden llegar a realizar hasta 25 bodas de los jóvenes que vienen de Europa a casarse con sus novias para poder llevárselas. Paseamos por Khouribga con Asrhaf y Paco. En realidad Paco se llama Abdel Hilal Belgacem, pero no consiente que le llamen así. «Llámame Paco, por favor», dice. Tiene 34 años. Intentó alcanzar la Península desde Ceuta en 1989 con un billete comprado a las mafias y pagado con las joyas de su madre. La pequeña zodiac en la que viajaba se paró cerca de la costa. Él no sabía nadar. «Me entró el pánico, creí que iba a morir, recé a Dios para que me salvara y apareció Paco, un Guardia Civil, que nos detuvo. Para mí fue una señal de Dios». Ahora cuenta su historia a los jóvenes e intenta que se queden. «Difícil», responde Asrhaf, un chico alto y bien parecido, que se peina hacia atrás y usa gafas estilo Rayban. Por su aspecto podría ser el rey de la noche de Khourigba, tener a cualquier chica, pero no es así. Se pasa las noches en Internet haciendo trabajos para AFVIC y contactando con chicas extranjeras. «Ellas me quieren por mí mismo. Las de aquí no. Las de aquí sólo buscan un chico que esté en Europa, en Italia, o que tenga todo listo para irse. Esa es otra de las razones por las que los chicos se vuelven locos por meterse en una patera», dice.